Page 91 - La Odisea alt.
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reparto de tal modo que nadie quedara privado de su parte. Entonces, sin más,
               yo di órdenes de escapar a toda prisa, pero mis hombres, los muy necios, no
               me obedecieron. Allí, en la playa, bebían vino a chorros y degollaban muchas
               ovejas y vacas de curvos cuernos y sesgado andar. Mientras tanto los cícones
               huidos  llamaban  a  gritos  a  otros  cícones  que  habitaban  vecinos,  más
               numerosos  y  más  fuertes,  que  vivían  tierra  adentro,  expertos  en  pelear  a

               caballo  contra  sus  enemigos  y  también  en  combatir  a  pie  firme  cuando  era
               necesario. Llegaron pronto, tantos cuantas hojas y flores brotan en primavera,
               al alba. Allí nos alcanzó el funesto destino de Zeus, a nosotros, desgraciados,
               para sufrir entonces dolores sin cuento. A pie firme nos plantaron batalla junto
               a las raudas naves, y se entabló combate con las lanzas broncíneas.

                   »Mientras  fue  de  mañana  y  se  iba  extendiendo  el  sagrado  día,  todo  ese

               tiempo  resistimos  rechazándolos,  aunque  eran  más.  Pero  cuando  el  sol
               comenzó  a  ponerse,  a  la  hora  de  la  suelta  de  los  bueyes,  entonces  ya  los
               cícones victoriosos pusieron en fuga a los aqueos. Murieron seis compañeros
               de buenas grebas de cada navío. Los demás logramos escapar de la muerte y
               del destino.

                   »De allí en adelante navegamos con el corazón angustiado, huidos de la
               muerte,  tras  haber  perdido  a  queridos  camaradas.  Y  no  se  apartaron  mis

               combadas naves de allí hasta que hubimos clamado tres veces el nombre de
               cada  uno  de  nuestros  infelices  compañeros,  que  quedaron  en  la  llanura
               masacrados  por  los  cícones.  Sobre  las  naves  soltó  el  viento  Bóreas  Zeus
               Amontonador de nubes, en una furiosa tempestad, y con nubarrones recubrió a
               la vez la tierra y la mar. Caía precipitada desde el cielo la noche. Las naves
               eran arrastradas, dando tumbos, y las velas las rasgó en tres y cuatro jirones la
               violencia del huracán. Las arriamos sobre cubierta, temerosos de la muerte, y a

               fuerza de remos, con esfuerzos, alcanzamos la costa.

                   »Allí  dos  noches  y  dos  días  estuvimos  tumbados,  royendo  a  la  vez  en
               nuestro  ánimo  las  fatigas  y  las  penas.  Mas  cuando  al  tercer  día  apuntó  la
               Aurora  de  bella  melena,  enderezamos  los  mástiles,  desplegamos  las
               blanquecinas  velas  y  nos  acomodamos  a  bordo.  Marcaban  el  rumbo  a  las
               naves el viento y los pilotos.


                   »Y  así  habría  alcanzado  sano  y  salvo  mi  tierra  patria,  pero,  al  doblar  el
               cabo Maleas, el oleaje, las corrientes y el Bóreas desviaron y me alejaron de la
               isla de Citera. Desde allí nueve días fui arrastrado por crueles vientos sobre la
               mar rica en peces. Al décimo día llegamos, por fin, a la tierra de los lotófagos,
               que se nutren de un manjar floral. Allá bajamos a tierra y recogimos agua, y
               pronto prepararon mis compañeros la comida junto a nuestras raudas naves.
               Apenas  quedamos  saciados  de  comida  y  bebida,  entonces  yo  despaché  por

               delante a unos compañeros, a que fueran a indagar quiénes eran los hombres
               que comían el pan de aquel país. Escogí a dos de ellos y les adjunté un tercero,
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