Page 86 - La Odisea alt.
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una  túnica  y  un  manto  recién  lavado  y  un  talento  precioso  de  oro.  A
               continuación se lo daremos todo junto, para que el huésped lo tenga en sus
               manos y se reconforte gozoso en su ánimo durante el banquete. Y que Euríalo
               lo contente con sus palabras y un regalo, puesto que no le dirigió las palabras
               que debía».

                   Así habló, y todos lo aprobaban y asentían, y cada uno de ellos envió al
               heraldo a traer los regalos. Por su parte Euríalo contestó y dijo:


                   «Alcínoo poderoso, respetadísimo entre toda tu gente, desde luego que yo
               contentaré  al  huésped,  tal  como  tú  me  pides.  Le  daré  esta  espada  toda  de
               bronce, que tiene empuñadura de plata y una vaina de marfil recién tallado. Le
               será de mucho valor».

                   Tras decir esto ponía en las manos de Odiseo la espada claveteada de plata,
               y le hablaba diciéndole estas palabras aladas:

                   «¡Sé feliz, padre extranjero, y si alguna palabra áspera se ha pronunciado,

               que al instante la arrastren y lleven lejos los vientos! Y que a ti los dioses te
               concedan ver a tu esposa y llegar a tu tierra patria, después de que ya tantos
               pesares has sufrido lejos de los tuyos».

                   En respuesta le dijo el muy sagaz Odiseo:

                   «¡Que también tú seas muy feliz, amigo, y los dioses te den larga dicha! Y
               ojalá  que  no  tengas  luego  ninguna  nostalgia  de  esta  espada,  que  me  diste,

               contentándome con tus palabras».

                   Así dijo, y de sus hombros se colgó la espada claveteada de plata. Se ponía
               el sol y estaban dispuestos sus regalos. Y los amables heraldos los llevaban a
               la  casa  de  Alcínoo.  Allí  los  recibían  los  hijos  del  irreprochable  Alcínoo  y
               depositaban los espléndidos dones junto a su honrada madre. Y a los demás
               los  guiaba  el  augusto  Alcínoo,  y  al  llegar  los  hacía  sentarse  en  los  altos

               asientos. Y luego tomó allí la palabra el poderoso Alcínoo:

                   «Trae acá, mujer, un cofre precioso, el mejor que tengamos. Y coloca en él
               tú misma una túnica y un manto recién lavado. Caldead al fuego una tina de
               bronce, calentad el agua, para que éste se dé un baño y vea luego sus regalos
               bien presentados, los que los irreprochables feacios aquí le han traído, y se
               regocije en el banquete escuchando el cantar del aedo. Y entonces yo le daré
               esta bellísima copa de oro, para que acordándose de mí todos los días haga sus

               libaciones en su hogar en honor de Zeus y otros dioses».

                   Así habló, y Arete ordenó a sus criadas que colocaran sobre el fuego una
               gran trébede a toda prisa. Y ellas alzaron sobre el fuego ardiente una tina de
               tres pies, y la llenaron de agua, y por debajo extendieron la leña y encendieron
               la lumbre. El fuego envolvía la panza de la trébede y se calentaba el agua. A
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