Page 9 - La Odisea alt.
P. 9
expulsar a los pretendientes fuera de tu mansión. Vamos, presta atención y
aprovecha mis consejos.
»Convoca mañana en asamblea a los héroes aqueos y expónles a todos tu
decisión, y que los dioses sean testigos. Ordena a los pretendientes que se
vayan, cada uno por su lado, a sus posesiones; y en cuanto a tu madre, si su
ánimo la impulsa a casarse, que se retire a la casa de su muy poderoso padre.
Le procurarán una boda y le dispondrán muy muchos regalos de dote, cuantos
le convienen a una hija querida.
»A ti mismo te aconsejaré francamente, por si me haces caso. Tomando
una nave con veinte remeros, la mejor que encuentres, ve a informarte acerca
de tu padre tan largo tiempo ausente, a ver si alguno de los mortales te dice
algo o si escuchas la voz de Zeus, que de modo supremo lleva la fama a los
humanos.
»Primero vete a Pilos y pregunta al divino Néstor, y de allí a Esparta, al
hogar del rubio Menelao. Pues él ha sido el postrero en volver de los aqueos
de broncínea túnica. Si oyes que tu padre está vivo y que regresa, puedes aún,
aunque estés agobiado, soportar un año más. Pero si escuchas que ha muerto y
no vive ya, regresa luego a tu querida tierra patria y eleva una tumba en su
honor y dedícale muy numerosas exequias, todas las que es justo, y entrega tu
madre a otro hombre.
»Una vez que hayas concluido y ejecutado todas estas cosas, medita
entonces en tu mente y tu ánimo de qué modo matar a los pretendientes, si con
trampa o abiertamente. No debes andar en niñerías, que ya no tienes tal edad.
»¿Es que no has oído qué gran fama ha cobrado el divino Orestes ante
todas las gentes por haber dado muerte al asesino de su padre, a Egisto de
traidora mente, el que había matado a su padre? También tú, amigo, pues te
veo hermoso y grande, sé valiente, para que cualquiera, incluso de los
venideros, hable bien de ti.
»Yo, por mi lado, me voy ya a mi nave rápida y con mis compañeros, que
sin duda ya están cansados de aguardarme. Cuídate de ti mismo, y atiende a
mis consejos».
Le contestó, a su vez, el sagaz Telémaco:
«Huésped, cierto que me dices eso con ánimo benévolo, como un padre a
su hijo, y nunca olvidaré tus palabras. Pero, ea, quédate ahora, por más que
desees la partida, hasta que, dándote un baño y habiendo deleitado tu corazón,
tengas tu regalo y con ánimo alegre te encamines a tu nave, con un digno
obsequio, muy hermoso, que tendrás como un tesoro, de mi parte, como los
huéspedes amigos dan a los que hospedan».