Page 7 - La Odisea alt.
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primera vez o si ya eres un huésped de mi padre, puesto que muchos hombres
acudían a nuestra casa, ya que él también frecuentaba a las gentes».
Le respondió a su vez la diosa Atenea de ojos glaucos:
«Pues bien, te lo diré cabalmente, desde luego. Proclamo que soy Mentes,
hijo del prudente Anquíalo, y reino sobre los tafios, amigos de los remos.
Ahora he arribado aquí con mi nave y mis compañeros navegando en el mar
de faz vinosa hacia gentes de otro país, hacia Témesa, en pos de bronce, y
transporto refulgente hierro. Mi nave está ahí, varada ante el campo a un lado
de la ciudad, en el puerto Reitro, al pie del boscoso Neyo.
»Huéspedes el uno del otro por parte paterna podemos jactarnos de ser
desde antiguo, si es que vas y se lo preguntas al viejo Laertes, el héroe; que
cuentan que ya no viene a la ciudad, sino que soporta sus penas en un lugar
retirado en el campo, junto a una anciana sirviente, que cuida de su comida y
su bebida cuando la fatiga invade sus rodillas al arrastrar los pies por el
terruño de su fértil viñedo.
»Ahora acabo de llegar. Pues me habían dicho que ya estaba en el país tu
padre. Pero, por lo visto, le obstaculizan el camino los dioses; que no ha
muerto aún sobre la tierra el divino Odiseo, sino que, en vida, en algún lugar
está retenido en medio del amplio mar, en una isla batida por las olas, y lo
detienen hombres salvajes, feroces, que lo demoran en contra de su voluntad.
»Pero ahora voy a darte un vaticinio, tal cual en mi ánimo lo inspiran los
inmortales y como confío que ha de cumplirse, y no porque yo sea adivino de
oficio ni un experto en augurios. Ya no estará largo tiempo lejos de su querida
tierra patria, ni aunque lo retengan con cadenas de hierro. Se las ingeniará para
regresar, pues es pródigo en tretas.
»Conque, venga, dime y refiéreme sinceramente si tú eres hijo, tan mayor
ya, del propio Odiseo. De un modo tremendo te le asemejas en la cabeza y los
bellos ojos, a él, cuando con frecuencia nos juntábamos antes de que partiera
hacia Troya, donde también zarparon otros, los mejores de los argivos, en las
cóncavas naves. Desde entonces ni yo he visto a Odiseo ni él a mí».
A ella, a su vez, le contestó el sagaz Telémaco:
«Pues bien yo te hablaré, huésped, muy sinceramente. Mi madre asegura
que soy hijo de éste, yo no lo sé. Pues nunca nadie ha sabido quién le
engendró. ¡Ojalá fuera yo hijo de un hombre cualquiera dichoso, al que la
vejez le llegara en medio de sus posesiones! Lo que es ahora, de quien resultó
ser el más desdichado de los hombres mortales, de ése afirman que nací, ya
que me lo preguntas».
Le replicó entonces la diosa Atenea de glaucos ojos: