Page 5 - La Odisea alt.
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de allí.
»Por mi lado yo me iré a Ítaca con el fin de animar más a su hijo e
infundirle coraje en sus entrañas para que, convocando a asamblea a los
aqueos de larga cabellera, contenga a los pretendientes todos, los cuales de
continuo le degüellan incontables ovejas y vacas de negras pezuñas y cuernos
retorcidos. Le enviaré a Esparta y a la arenosa Pilos, para que indague sobre el
regreso de su querido padre, a ver si escucha algo y para que obtenga noble
fama entre las gentes».
Después de que así hubo hablado, se ajustó en los pies las hermosas
sandalias, divinas, áureas, que la transportaban sobre la mar o la tierra
ilimitada a la par de las ráfagas del viento. Tomó consigo la aguerrida lanza,
guarnecida de afilado bronce, robusta, larga, pesada, con la que desbarata las
filas de los bravos guerreros cuando contra ellos se enfurece la hija del
augusto padre.
Bajó lanzándose desde las cumbres del Olimpo, y se detuvo en medio de la
población de Ítaca, en el atrio de Odiseo, ante el umbral del patio. Sostenía en
su mano la broncínea lanza, tomando el aspecto de un forastero, Mentes,
caudillo de los tafios.
Encontró allí a los arrogantes pretendientes. Éstos alegraban entonces su
ánimo con juegos de dados, tumbados ante el portón sobre pieles de bueyes
que habían matado ellos mismos. A su lado se encontraban los heraldos y los
prestos sirvientes; los unos mezclaban en las cráteras el vino y el agua, los
otros, luego, con esponjas de mil agujeros limpiaban las mesas y las disponían
ante ellos y otros trinchaban las abundantes carnes.
Fue muy primero en verla Telémaco de aspecto divino. Estaba, pues,
sentado en medio de los pretendientes, abrumado en su corazón, cavilando en
su interior acerca de su noble padre. ¡Ojalá regresara y aventara a los
pretendientes de su mansión, recobrara su dignidad y reinara en sus dominios!
Mientras esto meditaba, sentado entre los pretendientes, divisó a Atenea y
marchó derecho hacia el atrio. Estaba enojado en su ánimo de que un forastero
se quedara así ante su puerta. Colocándose a su vera, le tomó la mano derecha,
le recogió la broncínea lanza, y saludándole le dirigió palabras aladas:
«¡Salve, extranjero, entre nosotros serás un amigo! Luego, cuando te hayas
saciado en el banquete, nos contarás lo que te urge».
Después de decirle esto la guiaba y ella le seguía, Palas Atenea.
Cuando ya estuvieron dentro de la alta sala, dejó la lanza enhiesta en la
bien pulida lancera, apoyándola contra una columna, donde estaban otras
muchas lanzas del sufrido Odiseo. A ella la lleva a sentarse en un sillón,
poniéndole debajo una hermosa alfombra de lino, muy artística. A sus pies