Page 13 - La Odisea alt.
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CANTO II


                   Apenas se mostró, surgida al alba, la Aurora de rosáceos dedos, saltó de su
               cama el querido hijo de Odiseo, revistió sus vestidos, colgóse del hombro la
               afilada espada y ató a sus tersos pies las hermosas sandalias. Y salió de su

               aposento, semejante a un dios en su aspecto.

                   Al punto ordenó a los heraldos de voces sonoras convocar al ágora a los
               aqueos de larga cabellera. Ellos dieron la proclama y éstos se congregan a toda
               prisa. Luego que se hubieron reunido y estuvieron todos juntos, se puso en
               marcha hacia la asamblea. Llevaba en su mano la lanza de bronce y no iba
               soló, le acompañaban dos rápidos perros. Sobre su persona había vertido la
               gracia divina Atenea. Todas las gentes le admiraban en su avance. Sentóse en

               el sitial de su padre y le cedieron el lugar los ancianos.

                   Entre  éstos  tomó  la  palabra  el  primero  Egiptio,  un  héroe  que  estaba  ya
               encorvado por la vejez y que sabía mil cosas. Pues un hijo suyo se fue con el
               divino Odiseo hacia Troya, la de buenos caballos, en las cóncavas naves, el
               lancero Antifo. Lo había matado el salvaje cíclope en su caverna profunda, y
               se lo aderezó en su cena como último bocado. Le quedaban otros tres. Y el

               uno, Eurínomo, se había juntado con los pretendientes, mientras que los otros
               dos se cuidaban sin descanso de las faenas de su padre. Mas no por ello se
               había olvidado del primero, y por él sollozaba y gemía. Derramando su llanto
               tomó la palabra y les dijo:

                   «¡Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros! Jamás hemos
               tenido asamblea ni se ocupó este sitial desde que el divino Odiseo zarpó en las

               cóncavas naves.
                   »¿Ahora  quién  nos  ha  convocado  así?  ¿A  quién  tan  grave  urgencia  le

               apremia? ¿Es de los hombres jóvenes o de quienes son ya mayores? ¿Acaso
               oyó alguna noticia del regreso del ejército, que nos contará en público, tras
               haberse  enterado  el  primero?  ¿Es  que  nos  va  a  exponer  y  a  declarar  algún
               asunto de la comunidad? Noble me parece que es, un hombre de provecho.
               ¡Ojalá le dé Zeus un buen final a lo que medita en su mente!».

                   Así dijo. Se alegraba de su intervención el querido hijo de Odiseo. No se

               demoró más rato sentado, sino que decidióse a hablar y se alzó en medio de la
               asamblea. En su mano depositó el cetro el heraldo Pisenor, experto en sabios
               consejos. En primer lugar, entonces, dirigió sus palabras al anciano:

                   «No está lejos, anciano, ese hombre y al momento lo advertirás tú mismo.
               Soy yo quien ha convocado al pueblo. Y efectivamente me apremia el dolor.
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