Page 8 - La Odisea alt.
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«En verdad no te dieron una estirpe falta de renombre futuro los dioses,
cuando te parió así Penélope. Mas, vamos, dime y explícame detenidamente
esto:
»¿Qué banquete, qué reunión es ésta? ¿Qué necesidad tenías de ella? ¿Es
un festín, una boda? Porque no es esto una comida a escote. Que me parece
que estos insolentes pretendientes banquetean en tu casa sin mesura ninguna.
Se enfurecería al ver tales desafueros cualquier hombre sensato que aquí se
presentara».
Le replicó entonces el sagaz Telémaco:
«Huésped, ya que me lo preguntas y lo inquieres, se ufanaba antaño esta
casa de ser rica e irreprochable, mientras aún estaba en su país aquel hombre.
Pero ahora de otro modo lo quisieron los dioses que planearon sus desgracias,
que hicieron que él desapareciera de entre todos los humanos. Pues ni con su
muerte me habría apenado tanto, ni si junto a sus compañeros hubiera caído en
el país de los troyanos o en brazos de sus familiares, tras de haber cumplido su
esfuerzo en la guerra; entonces habrían construido un túmulo todos los aqueos,
y habría legado a su hijo una gran gloria para el futuro.
»Pero ahora las Harpías lo han arrebatado de manera infame. Desapareció
sin rastro, ignorado, y a mí me ha dejado quebrantos y lamentos. Y al llorarle
no sollozo por él sólo, ya que otros motivos de duelo me han creado los
dioses. Pues todos los nobles que ejercen un mando en las islas, en Duliquio,
en Same y en la boscosa Zacintos, y cuantos tienen dominios en la pedregosa
Ítaca, todos ellos pretenden por esposa a mi madre y arruinan mi casa. Ella ni
rechaza el odioso matrimonio ni puede ponerle un límite. Ellos consumen,
devorándola, mi hacienda, y ya pronto acabarán también conmigo».
Le contestó, indignándose, Palas Atenea:
«¡Ay, ay, cuán mucho necesitas al ausente Odiseo, que ponga sus manos
sobre los desvergonzados pretendientes!
»Ojalá que, llegando ahora, se plantara en la puerta delantera de la casa,
con su casco y su escudo y sus dos lanzas, apareciendo tal cual yo le vi por vez
primera cuando bebía y se divertía en nuestra mansión, al regresar de Efira,
del palacio de Ilo Mermérida. Allí fue, en efecto, en su rauda nave Odiseo para
solicitar un veneno mortífero con el que le fuera posible untar sus flechas de
punta broncínea. Pero aquél no se lo dio, porque sentía temor de los dioses
sempiternos; y se lo dio mi padre, que le quería tremendamente. ¡Ojalá que
con tal arrogancia se enfrentara Odiseo a los pretendientes! ¡Breve sería el
destino de todos y sus bodas amargas!
»Mas desde luego está en las rodillas de los dioses eso, si va a vengarse al
regresar a su palacio o si no. Pero a ti te invito a meditar en cómo vas a