Page 10 - La Odisea alt.
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Le respondió luego la diosa Atenea de glaucos ojos:

                   «No  me  retengas  ahora  más,  que  ya  anhelo  el  camino.  El  regalo  que  tu
               corazón, te incita a ofrecerme, ya me lo darás otra vez, cuando vuelva, para
               que me lo lleve a mi casa, y escogiéndolo muy hermoso. Te valdrá la pena por
               la compensación».

                   Entonces, tras de haber hablado así, partióse Atenea de glaucos ojos. Como

               un pájaro salió volando y desapareció. Le infundió a él coraje y audacia en el
               ánimo,  y  le  rememoró  a  su  padre  aún  más  que  antes.  Él  lo  advirtió  en  su
               interior y quedó asombrado en su espíritu, pues se percató de que era un dios.
               Y al momento se dirigió hacia los pretendientes.

                   Para ellos cantaba el muy ilustre aedo y éstos estaban sentados en silencio
               escuchándole. Y él cantaba el regreso cruel de los aqueos, que desde Troya
               había  dirigido  Palas  Atenea.  Y  su  canto  de  origen  divino  lo  captó  en  sus

               entrañas  desde  el  piso  de  arriba  la  hija  de  Icario,  la  prudente  Penélope.
               Descendió la alta escalinata de su casa, no sola, sino que la escoltaban dos
               criadas.

                   Cuando  ella,  la  divina  entre  las  mujeres,  llegó  ante  los  pretendientes,  se
               detuvo ante el pilar central del techo bien trabajado, sosteniendo delante de sus
               mejillas su tenue velo. A cada lado se colocó, como es natural, una sirvienta

               sensata. Y luego, llorosa, le habló al divino aedo:

                   «Femio, tú sabes, sí, muchas otras historias fascinantes de héroes, hazañas
               de hombres y de dioses, que los aedos hacen famosas. Una cualquiera de ésas
               canta para éstos, sentado a su lado, y que ellos en silencio beban el vino. Pero
               deja  ese  canto  cruel,  que  sin  cesar  me  desgarra  el  corazón;  porque  me  ha
               hincado  muy  a  fondo  una  pena  inolvidable.  Pues  siento  la  añoranza  de  su
               rostro, recordándole siempre, a ese hombre cuya fama es amplia por la Hélade

               y en el centro de Argos».

                   A su vez le contestó a ella en réplica el juicioso Telémaco:

                   «Madre mía, ¿por qué ahora le impides al muy fiel aedo que nos deleite,
               del modo en que le impulsa su mente? No son en nada culpables los aedos,
               sino  que  en  cierto  modo  es  Zeus  el  responsable,  quien  da  a  los  mortales
               comedores de trigo lo que quiere y como quiere, a cada uno. No es motivo de
               indignación  contra  éste  el  que  cante  el  triste  final  de  los  aqueos.  Que  los

               hombres celebran más el canto que les resulta el más novedoso a los oyentes.
               Que tu corazón y tu ánimo se armen de valor para oírlo. Pues no fue Odiseo el
               único que perdió el día del regreso en Troya, sino que también muchos otros
               guerreros allí perecieron.

                   »Así que vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar
               y de la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato estará
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