Page 85 - La Odisea alt.
P. 85
Le contestó a su vez el ilustre patizambo:
«No me ruegues eso, Poseidón, agitador de la tierra. Sin valor son las
fianzas que se ofrecen por gentes sin valor. ¿Cómo voy yo a sujetarte a ti entre
los dioses inmortales, si Ares se escapara una vez liberado del apuro y la
trampa?».
Pero le contestó luego Poseidón, sacudidor de la tierra:
«Hefesto, si acaso Ares, al verse libre de su apuro, escapa y huye, yo
mismo te pagaré por esto».
Le respondió entonces el ilustre patizambo:
«No es posible ni está bien rechazar tu palabra».
Después de tales palabras el vigoroso Hefesto empezó a soltar los lazos.
Los dos, apenas se libraron de su atadura, que era muy firme, en seguida
partieron: Ares se encaminaba a Tracia, mientras que Afrodita, amante de la
sonrisa, se llegaba a Pafos, donde tiene un santuario y un altar perfumado. Allí
las Gracias la lavaron y la ungieron con un óleo divino, tal como suelen usar
los dioses de perenne existencia, y la revistieron con ropas seductoras,
maravilla de admirar.
Esto cantaba el muy famoso aedo. Y, mientras lo escuchaba, Odiseo se
deleitaba en su interior, como también los demás, los feacios de largos remos,
famosos por sus navíos.
Alcínoo invitó a Halio y a Laodamante a que bailaran en solitario, puesto
que ninguno rivalizaba con ellos. A continuación ellos tomaron en sus manos
una hermosa pelota purpúrea que les había hecho el sabio Pólibo. El uno la
lanzaba hacia las nubes sombrías volteándose hacia atrás, y el otro saltando a
lo alto la recogía pronto en vilo, antes de tocar con sus pies el suelo. Y después
de haber jugado en el lanzamiento de pelota, bailaron sobre la fértil tierra
alternando sus posiciones. Los demás jóvenes en pie sobre la pista los
acompañaban con sus palmadas y se alzaba un gran bullicio. Entonces a
Alcínoo le dijo el divino Odiseo:
«Poderoso Alcínoo, respetadísimo entre toda tu gente, bien dijiste que erais
óptimos danzarines, y estas danzas lo han demostrado. Me domina el asombro
al verlas».
Así habló, y alegróse el augusto Alcínoo. Al punto decía a los feacios
amigos del remo:
«¡Escuchad, caudillos y consejeros de los feacios! Me parece que nuestro
huésped es persona de mucho talento. Conque, venga, démosle un don de
hospitalidad, como es apropiado. Pues mandan en nuestro pueblo doce reyes
excelentes, y yo mismo como el decimotercero, que traiga cada uno para él