Page 84 - La Odisea alt.
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los dioses:


                   «¡Zeus Padre y todos los otros dioses que existís para siempre, acudid a
               contemplar un suceso ridículo e indecente: cómo a mí, por ser cojo, Afrodita,
               la hija de Zeus, de continuo me deshonra, y se entrega amorosa al pernicioso
               Ares,  porque  él  es  hermoso  y  de  buenas  piernas,  mientras  que  yo  quedé
               lisiado! Pero de eso no soy culpable en nada, sino mis dos padres, que ojalá no
               me hubieran engendrado. Mas venid a verlos, cómo ambos duermen en abrazo

               amoroso, metiéndose los dos en mi cama. Y yo me reconcomo al mirarlos. No
               había creído ni por un momento que ellos se arrejuntaran así, por mucho que
               se amaran. ¡Pero pronto no querrán dormir juntos! Pues los retendrán a los dos
               la trampa y la atadura, hasta que su padre me devuelva mis regalos de boda,
               todo cuanto ofrecí por su hija, la de cara de perra, porque es tan bella como

               desvergonzada».
                   Así habló, y los dioses se congregaron en la morada de suelo broncíneo.

               Llegó Poseidón, el que abraza la tierra, llegó el muy artero Hermes, llegó el
               soberano Apolo, certero flechador. Sólo las diosas se quedaron en sus casas
               por  pudor  femenino.  Se  apostaron  en  el  atrio  los  dioses,  dispensadores  de
               bienes. Y una risa incontenible se difundió entre los dioses felices, al observar
               la artimaña del muy sagaz Hefesto.

                   Así comentó, al verlos, un dios a su vecino:


                   «No prosperan las malas acciones. Y alcanza el lento al rápido, como en
               este caso: Hefesto, siendo lento, atrapó a Ares, que es el más rápido de los
               dioses que habitan el Olimpo; siendo cojo, lo atrapó con sus artes. Ha de pagar
               multa por adulterio».

                   De tal modo ellos hablaban unos con otros. Y a Hermes le dijo el soberano
               Apolo, hijo de Zeus:

                   «Hermes,  hijo  de  Zeus,  mensajero,  dispensador  de  bienes,  ¿es  que  tú

               querrías,  apresado  en  duras  cadenas,  yacer  en  el  lecho  junto  a  la  áurea
               Afrodita?».

                   Le respondió al punto el mensajero, el matador de Argos:

                   «¡Ojalá pues que eso sucediera, soberano arquero Apolo, y ligaduras tres
               veces más irrompibles nos sujetaran, y lo vierais vosotros los dioses y todas
               las diosas, mientras yo yaciera al lado de la áurea Afrodita!».

                   Así  dijo,  la  risa  se  propagó  entre  los  dioses  inmortales.  Pero  no  se  reía

               Poseidón, sino que suplicaba repetidamente al ingenioso Hefesto que liberara
               a Ares. Y hablándole le decía palabras aladas:

                   «Suéltale. Yo te prometo de firme pagarte, como tú reclamas, todo lo que
               es debido entre los dioses inmortales».
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