Page 83 - La Odisea alt.
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entre el pueblo, los que en cada ocasión velaban bien por las competiciones;

               alisaron el terreno de baile, y ensancharon la hermosa pista. Llegó pronto el
               heraldo que traía su cítara sonora a Demódoco. Enseguida avanzó éste hasta el
               centro, y a uno y otro lado se dispusieron los muchachos adolescentes, diestros
               en  la  danza.  Golpeteaban  el  divino  suelo  con  sus  pies,  mientras  Odiseo
               contemplaba los centelleos de sus piernas y se llenaba de admiración en su

               ánimo.

                   Entonces él, tocando la lira, se lanzó a cantar bellamente acerca del amor
               de  Ares  y  Afrodita  de  hermosa  corona,  cómo  en  cierta  ocasión  se  unieron
               amorosamente  en  la  morada  de  Hefesto,  en  secreto.  Ares  la  dio  muchos
               regalos y deshonró el matrimonio y el lecho del soberano Hefesto. Pero pronto
               acudió a él como mensajero Helios, que los había visto acoplarse en el acto

               amoroso.  Conque,  en  cuanto  Hefesto  hubo  oído  la  amarga  noticia,  marchó
               hacia su fragua, cavilando venganza en su interior, y allí colocó sobre el tajo
               un gran yunque, y martilleó unas ataduras irrompibles, inquebrantables, para
               que resistieran firmemente.

                   Luego,  tras  de  haber  construido  su  trampa,  enfurecido  contra  Ares,  se
               dirigió hacia su dormitorio, donde estaba su propio lecho. Y allí dispuso las
               ataduras con sus lazos por un lado y otro en círculo, como ligeros hilos de

               araña,  que  nadie  pudiera  ver,  ni  siquiera  ninguno  de  los  dioses  felices.  Así
               alrededor del lecho quedó fijada la trampa.

                   Luego, después que hubo tendido la trampa en torno a la cama, simuló que
               se iba hacia Lemnos, aquella hermosa ciudadela que le es con mucho la más
               querida de todas. No tenía ciego espionaje Ares, el de las riendas de oro, pues
               vio marcharse a lo lejos a Hefesto, el ilustre artesano. Y echó a andar hacia la

               casa del ínclito Hefesto, ansioso del amor de Citerea de bella diadema. Ella
               acababa de regresar de la mansión de su padre, el poderoso Crónida, y estaba
               sentada. Pasó él al interior de la casa, la tomó de la mano, la saludó y le dijo:

                   «Ven, querida, vayamos a la cama a acostarnos. Porque no está ya Hefesto
               aquí,  sino  que  hace  ya  tiempo  se  ha  ido  a  visitar  a  los  sintios  de  rudo
               lenguaje».

                   Así habló, y ella sintió grandes deseos de acostarse. Ambos marcharon a la
               cama y se echaron juntos. Pero por un lado y otro los envolvieron los lazos

               fabricados  por  el  astuto  Hefesto,  y  no  les  era  posible  moverse  en  ningún
               sentido  ni  tampoco  levantarse.  Y  entonces  se  dieron  cuenta  de  que  ya  no
               tenían fuga posible. Con rápido regreso se aproximó a ellos de nuevo el muy
               ilustre patizambo, que se diera la vuelta antes de llegar a la tierra de Lemnos.
               Porque  Helios  que  mantenía  la  vigilancia  le  contó  la  noticia.  Echó  a  andar

               hacia su casa, muy irritado en su corazón. Se detuvo en el atrio, mientras se
               apoderaba de él un furor salvaje. Y gritó de manera terrible, y llamaba a todos
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