Page 81 - La Odisea alt.
P. 81
Mirándole de reojo le dijo el muy artero Odiseo:
«Huésped, no has hablado bien. Te pareces a un pobre insensato. Por lo
visto no a todos los hombres conceden los dioses sus dones amables, no a
todos la bella apostura, la inteligencia y el arte del discurso a la vez. Puede ser
un hombre poco agraciado de aspecto, pero la deidad compensa su figura con
sus palabras, y los otros le observan encantados, mientras él habla con tono
firme y con amable decoro, y destaca entre los reunidos, y cuando va y viene
por la ciudad le contemplan como a un dios.
»Otro, en cambio, por su aspecto es semejante a los inmortales, pero no le
rodea ni acompaña la gracia en sus palabras. Así tú tienes un aspecto muy
distinguido, y un dios no lo presentaría muy distinto, pero de mente eres un
botarate. ¡Me has excitado el ánimo dentro de mi pecho al hablar sin juicio!
No soy un ignorante de estos juegos, como tú piensas, sino que creo que
estaba entre los primeros, cuando tenía plena confianza en mis pies y mis
brazos. Ahora estoy agobiado por mi desdicha y mis dolores. Pues mucho
sufrí, enfrentando las guerras de los hombres y atravesando las dolorosas olas.
Pero aun así, aunque he sufrido muchos males, participaré en los juegos. Tu
discurso despertó mi coraje y me has provocado con tus palabras».
Así habló, y con su mismo manto se alzó y tomó un disco mayor y grueso,
más pesado en mucho que aquellos que solían usar los feacios. Lo volteó y lo
lanzó con su robusta mano, y la piedra zumbando partió. Al suelo se echaron
los feacios de largos remos, gente famosa por sus naves, ante el lanzamiento
de la piedra. Y ésta sobrevoló las marcas de todos en su raudo curso desde su
mano. Fijó las marcas Palas Atenea, aparecida en figura de un hombre, y le
dirigió su palabra y le dijo:
«Incluso un ciego, extranjero, podría reconocer tu marca a tientas. Porque
no está mezclada con las del montón, sino mucho más adelante. Ten tú plena
confianza en este juego. Ninguno de los feacios alcanzará esto ni lo superará».
Así dijo, y se alegró el muy sufrido divino Odiseo, gozoso al ver a un
camarada benévolo en el certamen. Y a continuación habló en tono más ligero
a los feacios:
«Alcanzad ahora este punto, muchachos. Que luego al momento lanzaré,
pienso, otro disco tan lejos o aún más. Y en cualquier otro a quien su ánimo y
corazón le impulsen, venga aquí y póngame a prueba, ya que me habéis
enfurecido tanto, con los puños o la lucha o bien en la carrera. No me rehúso a
nada. De cualquiera de los feacios, a excepción de Laodamante, pues éste es
mi huésped. ¿Quién pelearía con el que le honra como amigo? Insensato en
verdad y de ninguna estima resulta un hombre que al huésped que lo alberga
en tierra extraña le provoca disputa en los juegos. Se cierra a sí mismo la
puerta.