Page 82 - La Odisea alt.
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»Pero de los demás a ninguno rechazo ni pongo reparos, sino que estoy
dispuesto a retarlo y ponerme a prueba con él frente a frente. Pues no soy
despreciable en cualquier certamen de los que se practican entre hombres.
Bien sé tensar el arco bien pulido y sería el primero en acertarle a un individuo
disparando mi flecha sobre el pelotón de los guerreros enemigos, incluso si
muchos compañeros estuvieran en torno de él y dispararan sus flechas contra
los rivales.
»Filoctetes era el único que me aventajaba con el arco en la multitud de
guerreros de Troya, cuando los aqueos lanzábamos nuestras flechas. De los
otros afirmo que yo era con mucho el más sobresaliente, entre todos los que
ahora viven como mortales sobre la tierra y comen su fruto. Que con los
héroes de antaño no querré rivalizar, ni con Heracles ni con Éurito de Ecalia,
que disputaban incluso con los inmortales en el manejo del arco. Por eso
precisamente murió pronto el gran Éurito, y no llegó a la vejez en su palacio.
Pues, irritándose con él, Apolo lo mató, porque le había desafiado a disparar
con el arco. Y con mi jabalina alcanzo tanto como ningún otro con una flecha.
Sólo en las carreras temo que me sobrepase alguno de los feacios. Porque
quedé en exceso quebrantado por los muchos oleajes, ya que con frecuencia
no había buen entrenamiento en la nave. Por eso mis músculos están flojos».
Así habló. Todos se quedaron sin voz y en silencio. Alcínoo fue el único en
responderle y le dijo:
«Extranjero, ya que nos dices palabras no faltas de aprecio, a la par que
quieres mostrar tu valía, la que a ti te acompaña, y aunque estés enojado
porque ese individuo se te enfrentó e injurió en el certamen, aunque no
reprocharía tu valor ninguno que tuviera inteligencia para proclamar lo
correcto, así está bien. Pero ahora presta atención a mis palabras, para que las
digas a cualquier otro de los héroes, cuando en las salas de tu hogar coma
junto a tu esposa y tus hijos, guardando memoria de nuestra excelencia en las
obras en las que Zeus nos la concede todavía habitualmente desde tiempos de
nuestros padres. Porque no somos intachables como púgiles ni luchadores;
pero corremos con veloces piernas y somos los mejores con los barcos; y
siempre nos encantan el amistoso banquete, la cítara, las danzas, los vestidos
variados, los baños calientes y las camas.
»Así que, venga, vosotros, los mejores bailarines feacios, actuad, para que
cuente el extranjero a sus parientes al volver a su casa en cuánto superamos a
los demás en la navegación, destreza de pies, y el arte de la danza y el canto.
¡Que a Demódoco le traiga al punto alguno su cítara sonora yendo a recogerla,
que sin duda está en mi palacio!».
Así habló Alcínoo semejante a un dios, y se apresuró el heraldo a traer la
curvada lira de la casa del rey. Nueve árbitros, elegidos todos, se destacaron de