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desde la línea de salida la carrera. Todos volaban velozmente cubriendo de
polvo la llanura. De ellos fue el mejor con mucho en correr el irreprochable
Gitaneo. Cuanto en un campo de arado aventaja una de las mulas a la otra,
tanto les iba destacado del pelotón al llegar a la meta, y los otros quedaron
atrás. Otros probaron la dolorosa lucha libre, y en ella venció a su vez Euríalo
a todos los mejores. En salto quedó muy aventajado sobre todos Anfíalo. Con
el disco en cambio entre todos fue mucho mejor Elatreo. Y por sus puños a su
vez lo fue Laodamante, el valeroso hijo de Alcínoo.
Cuando ya todos hubieron regocijado su ánimo con los juegos, entre ellos
tomó la palabra Laodamante, hijo de Alcínoo:
«Atended, amigos. Preguntemos al huésped si conoce algún deporte y lo ha
practicado. Pues no tiene despreciable apariencia, por sus muslos, sus piernas,
sus hombros y brazos, y su robusto cuello parece de gran vigor. No le falta
juventud, si bien está quebrantado por muchos rigores. Porque yo, en efecto,
os aseguro que no hay cosa alguna más perniciosa que el mar para arruinar a
un hombre, por muy fuerte que sea».
A él entonces le respondió Euríalo y habló:
«Laodamante, con muy buen tino has dicho esa opinión. Ve tú mismo
ahora a invitarle y razónale tu propuesta».
Al punto, una vez lo hubo oído, el valeroso hijo de Alcínoo avanzó, se
detuvo en el medio, y dijo a Odiseo:
«Ven aquí también tú, padre huésped, a actuar en los juegos, si acaso has
practicado alguno. Es natural que tú sepas de ellos. Pues no hay timbre de
gloria mayor para un hombre mientras vive que aquello que logra con sus pies
o sus propias manos. Conque ¡venga!, haz un intento, y aparta las penas de tu
ánimo. Tu regreso ya no se pospondrá largo tiempo, sino que para ti hay ya
una nave preparada y dispuestos están tus compañeros».
Contestándole habló el muy sagaz Odiseo:
«Laodamante, ¿por qué me incitáis en son de burla? Más me asaltan en mi
mente las penas que los juegos, que antes muy mucho sufrí y mucho soporté, y
ahora yazgo en vuestra plaza ansioso del regreso, suplicando al rey y a todo el
pueblo».
Le replicó entonces Euríalo y le injurió frente a frente:
«No te encuentro, no, extranjero, semejante a una persona adiestrada en los
juegos que suelen practicarse a menudo entre hombres, sino a uno de esos que
van y vienen con su barco de muchos remeros, un capitán de marineros que
son mercaderes, patrón de su carga y que vela por sus ganancias del viaje y el
botín de sus saqueos. En nada te pareces a un atleta».