Page 78 - La Odisea alt.
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así  pudiera  llevar  a  cabo  muchas  pruebas,  que  los  feacios  propondrían  a
               Odiseo. Luego, cuando todos se reunieron y estuvieron reunidos, a ellos les
               arengó Alcínoo, y les dijo:

                   «¡Escuchad, caudillos y consejeros de los feacios, que voy a deciros lo que
               mi ánimo me sugiere en mi pecho! Este extranjero, no sé quién es, ha llegado
               errabundo a mi casa, sea desde las gentes de Oriente o de Poniente. Solicita
               una escolta de viaje, y suplica que sea en firme. Nosotros, como siempre antes,

               procurémosle  el  transporte.  Porque  nunca  ninguno,  que  acuda  a  mi  palacio
               suplicante,  aguarda  aquí  mucho  tiempo  quejoso  en  espera  de  esa  ayuda  de
               viaje. Así que, venga, botemos al divino mar una negra nave recién construida
               y  que  se  elijan  cincuenta  y  dos  jóvenes  de  entre  el  pueblo,  los  que  sean
               reputados los mejores. Y después de que todos hayan aprestado bien sus remos

               en los toletes disponedla para zarpar.
                   »Por  otro  lado,  entre  tanto,  tenéis  vosotros  ya  dispuesto  el  banquete  si

               acudís a mi casa. Yo os lo ofreceré bien a todos. A los jóvenes les encargo de
               aquello, en tanto que los demás, los reyes portadores de cetro reuníos en mi
               hermoso  palacio,  para  que  agasajemos  como  amigo  en  sus  salas  a  nuestro
               huésped.  Que  nadie  rehúse.  Y  convocad  al  divino  aedo,  a  Demódoco.  A  él
               pues  le  concedió  la  divinidad  el  canto  para  alegrarnos,  cuando  su  ánimo  le

               incita a cantar».

                   Habiendo dicho esto se puso al frente de ellos y le seguían, los portadores
               de  cetro.  El  heraldo  partió  a  llamar  al  divino  aedo,  y  los  cincuenta  y  dos
               jóvenes marcharon, como había mandado, hacia la orilla del incesante mar.

                   Luego que hubieron llegado a la nave y al mar, arrastraron ellos su negra
               nave al hondón marino, colocaron a bordo el mástil y las velas en la negra
               nave,  y  sujetaron  los  remos  con  sus  tiras  de  cuero,  todo  según  la  norma.

               Desplegaron las velas blancas, y anclaron la nave en aguas profundas. Luego
               se dirigieron a la gran mansión del prudente Alcínoo.

                   Se llenaron los patios, los atrios y las salas de hombres que allí se reunían.
               Muchos  eran,  por  tanto,  jóvenes  y  viejos.  Para  ellos  Alcínoo  sacrificó  doce
               corderos,  ocho  cerdos  de  blancos  dientes  y  dos  vacas  de  sinuoso  paso.  Los
               despellejaron, y dejaron preparado un amable festín.


                   El heraldo se aproximó conduciendo al celebrado aedo, al que mucho amó
               la  Musa,  que  le  dio  un  bien  y  un  mal  a  la  vez:  le  privó  de  los  ojos,  y  le
               concedió  el  dulce  canto.  Para  él  colocó  Pontónoo  un  asiento  claveteado  de
               plata en medio de los comensales, apoyándolo en una gran columna. Y de un
               gancho  colgó  sobre  su  cabeza  la  lira  sonora,  y  el  heraldo  le  indicó  cómo
               tomarla en sus manos. A su lado dispuso una bella mesa y una bandeja, y al
               lado una copa de vino, para que bebiera cuando lo deseara su ánimo.
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