Page 77 - La Odisea alt.
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Así habló. Se alegró el muy sufrido divino Odiseo, y en tono de plegaria
formuló sus palabras y dijo:
«¡Zeus Padre, ojalá que Alcínoo pueda cumplir cuanto ha dicho! Y, en tal
caso, que perdure inagotable su fama sobre la fértil tierra, y llegue yo a mi
patria».
Mientras ellos hablaban estas cosas uno con otro, Arete, la de blancos
brazos, había ordenado a sus sirvientas que dispusieran un lecho junto al
hogar, que le echaran encima hermosos cobertores purpúreos, y que los
cubrieran con colchas y por encima dejaran mantas de lana para abrigarse.
Ellas salieron de la gran sala con antorchas en las manos. Y en cuanto
hubieron dispuesto el sólido lecho cumpliendo el mandado, rodeando a Odiseo
le invitaban con estas palabras:
«Ve a acostarte, extranjero. Ya tienes hecha la cama».
Así dijeron. A él le pareció muy apetecible echarse a dormir.
Conque allí se fue a descansar el muy sufrido y divino Odiseo, en el bien
taraceado lecho dispuesto en el atrio rumoroso. Y Alcínoo, a su vez, se retiró
al aposento interior de su elevada mansión. Allí su señora esposa había
preparado su cama y reposo.
CANTO VIII
En cuanto brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, se levantó de su
lecho el poderoso y augusto Alcínoo, y a la vez alzóse el divino Odiseo,
destructor de ciudades. El poderoso y augusto Alcínoo guiaba a los feacios a la
asamblea que para ellos había convocado junto a sus naves. Al llegar se
sentaban sobre los lisos bancos de piedra unos junto a otros. Los iba trayendo
a lo largo de la población Palas Atenea, semejante al heraldo del prudente
Alcínoo, que velaba por el regreso del magnánimo Odiseo, y, acercándose a
cada uno de ellos, les decía este mensaje:
«Acudid ya, caudillos y consejeros de los feacios, al ágora, para
informaros acerca del extranjero que hace poco llegó a la casa del prudente
Alcínoo, tras vagar por el alta mar, semejante en su cuerpo a los dioses».
Diciendo esto agitaba el ánimo y el coraje de cada uno, y presurosamente
se colmaron las calles de gente y los asientos de los reunidos. Y muchos se
admiraban contemplando al hijo sagaz de Laertes. Sobre él Atenea había
vertido gracia en su cabeza y sus hombros, y lo hizo más alto y robusto de
aspecto, para que a todos los feacios les fuera grato, imponente y venerable, y