Page 75 - La Odisea alt.
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Odiseo.  Junto  a  él  se  sentaron  Arete  y  Alcínoo  semejante  a  un  dios.  Las
               criadas  retiraron  en  orden  los  restos  del  banquete.  Y  entre  ellos  tomó  la
               palabra Arete de blancos brazos. Porque había reconocido el manto y la túnica,
               al  ver  los  bellos  vestidos  que  ella  misma  había  tejido  con  sus  sirvientas.  Y
               dirigiéndose a él pronunciaba sus aladas palabras:

                   «Extranjero, voy a comenzar yo misma a preguntarte. ¿Quién eres, de qué
               gentes y de dónde? ¿Quién te dio estas ropas? ¿No dices que llegaste hasta

               aquí vagando por el alta mar?».

                   Respondiéndole a ella le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Pesarosa tarea, reina, sería referirte en detalle mis dolores, pues muchos
               me han dado los dioses celestes. Pero te diré eso que me preguntas e indagas.
               Hay una isla, Ogigia, situada lejos en medio del mar, donde vive la hija de
               Atlante, la seductora Calipso de hermosas trenzas, una diosa temible. No tiene

               tratos con ella ninguno de los dioses ni de los hombres mortales. A mí sólo,
               ¡infeliz de mí!, la diosa me acogió como huésped en su hogar, cuando Zeus,
               alcanzando  mi  rauda  nave  con  un  rayo,  la  abrasó  en  el  ponto  vinoso.  Allí
               perecieron todos mis nobles compañeros, mientras que yo, agarrándome a la
               quilla de mi combada nave, durante nueve días fui arrastrado por las olas; y al
               décimo, en la negra noche, los dioses me empujaron hasta Ogigia, en donde
               habita  Calipso  de  hermosas  trenzas,  una  diosa  temible,  que  me  acogió

               hospitalaria, y me trataba amorosamente, y me mimaba y me ofrecía hacerme
               inmortal  y  carente  de  vejez  para  siempre.  Pero  jamás  llegó  a  persuadir  mi
               ánimo en mi pecho.

                   »Permanecí  allí,  aislado,  siete  años,  aun  cuando  de  continuo  regaba  con
               lágrimas mis atuendos, las ropas divinas que me diera Calipso. Pero cuando ya
               me  llegó  en  el  curso  del  tiempo  el  año  octavo,  entonces,  por  fin,  ella  me

               sugirió  que  me  apremiara  a  partir,  por  un  mandato  de  Zeus,  o  bien  porque
               cambió su propio designio. Me enviaba al viaje en una balsa de numerosas
               junturas, y me entregó en abundancia pan y dulce vino, me revistió con ropas
               divinas, y me envió un viento de popa ligero y favorable. Durante diecisiete
               días  navegué  surcando  el  alta  mar,  y  al  decimoctavo  se  me  aparecieron  los
               montes  umbríos  de  vuestra  tierra.  Se  me  alegró  el  corazón,  ¡desdichado  de

               mí!,  ya  que  iba  a  encontrarme  con  una  enorme  calamidad  que  me  lanzó
               encima Poseidón, el Sacudidor de la tierra. Él fue quien impulsó los vientos y
               me  cerró  la  ruta,  y  agitó  el  mar  infinito,  y  el  oleaje  no  dejaba  que  yo,
               angustiado  con  continuos  sollozos,  avanzara  en  mi  balsa  lo  más  mínimo.
               Luego la tempestad la destrozó. Y entonces yo atravesaba nadando el piélago
               profundo, hasta que a vuestra tierra me impulsaron en su embate el viento y el
               agua. Allí me habría estrellado sobre la costa el violento oleaje, arrojándome

               contra  las  grandes  rocas  y  en  un  inhóspito  paraje,  pero  yo  nadé  hacia  atrás
               retrocediendo, hasta que llegué junto a un río, por donde me pareció que había
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