Page 74 - La Odisea alt.
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bebieron cuanto el ánimo les pedía, ante ellos tomó la palabra Alcínoo y les
dijo:
«Escuchad, príncipes y nobles de los feacios, que os voy a decir lo que mi
ánimo en mi pecho me dicta. Ahora, después de gozar del banquete, descansad
retirándoos a vuestra casa. Pero al alba convocaremos a los ancianos en gran
número y agasajaremos como huésped al forastero en nuestro palacio y
haremos hermosos sacrificios en honor de los dioses, y a continuación nos
ocuparemos también de su viaje, para que nuestro huésped, sin pena ni fatiga,
gracias a nuestra escolta arribe a su tierra patria, y se alegre de ello muy
pronto, por muy lejos que esté, y que ya no sufra más ni daño ni pesar alguno
hasta que pise su tierra.
»Allí luego habrá de soportar todo cuanto su destino y las Parcas tejedoras
le hayan devanado en su hilo, desde el momento en que lo diera a luz su
madre. Pero si es quizás alguno de los inmortales venido del cielo, será que en
este caso algo distinto han planeado los dioses. Porque siempre en el pasado
los dioses se nos han aparecido a nosotros en forma manifiesta, cuando
celebrábamos magníficas hecatombes, y participan en nuestros banquetes
sentados, entre nosotros, a nuestro lado. Y si acaso algún caminante se los
encuentra cuando va solitario, no se le ocultan en absoluto, porque estamos
muy cerca de ellos, como los cíclopes y las tribus salvajes de los gigantes».
Respondiéndole dijo el muy astuto Odiseo:
«Alcínoo, deja a un lado esos pensamientos. Porque yo no me parezco a
los inmortales, los que habitan el amplio cielo, ni en mi estatura ni en mi
natural, sino a los humanos mortales. A quienes entre los humanos vosotros
conocéis que hayan soportado las máximas desdichas, a ésos en dolores podría
igualarme. Y aún más desventuras yo podría contaros, todo cuanto ya he
sufrido por voluntad de los dioses. Pero permitidme cenar ahora, aunque esté
agobiado. Pues no hay nada más perro que el odioso estómago, que nos fuerza
a acordarnos de él con urgencia, aunque uno esté muy angustiado y con pena
en el ánimo. Pues yo mantengo la pena en mi interior, pero él muy de continuo
me incita a comer y beber, y me hace olvidarme de cuanto he padecido, y a
llenarlo me obliga.
»Vosotros apresuraos, apenas el alba alumbre, para dejarme, desdichado de
mí, en mi patria, después de mis muchas desdichas. Y que allí me abandone la
vida cuando haya visto mis dominios, mis sirvientes y mi amplia mansión de
alto techo».
Así habló, y todos aprobaban sus palabras y tomaban acuerdos para enviar
a su casa al extranjero, ya que había hablado como debía. Y una vez que
hubieron hecho las libaciones y bebido cuanto deseaban, los otros se fueron,
cada uno a su casa, a dormir, y entonces en el palacio quedóse el divino