Page 73 - La Odisea alt.
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en último lugar, cuando ya pensaban en retirarse a dormir. Entonces cruzó la
               sala  el  divino  y  muy  sufrido  Odiseo,  envuelto  en  la  niebla  que  sobre  él
               derramaba Atenea, hasta llegar junto a Arete y el rey Alcínoo.

                   Entonces en torno a las rodillas de Arete echó sus brazos Odiseo y al punto
               de nuevo se disipó la bruma divina. Los demás se quedaron atónitos al ver al
               héroe en el interior del palacio. Y se pasmaban mirándolo. Odiseo comenzaba
               su súplica:


                   «Arete,  hija  del  divino  Rexénor,  ante  tu  esposo  y  tus  rodillas  y  estos
               invitados tuyos acudo, tras haber sufrido muchas penas. ¡Que los dioses les
               concedan vivir en prosperidad, y que cada uno legue a sus hijos las riquezas de
               sus mansiones y la honra que les ha dado el pueblo! A cambio, procuradme a
               mí una escolta para llegar a mi patria cuanto antes, pues que desde ha tiempo
               padezco pesares lejos de los míos».


                   Después  de  hablar  así,  se  dejó  caer  sobre  las  cenizas  del  hogar  junto  al
               fuego. Todos se quedaron callados y en silencio, y al rato tomó la palabra el
               viejo héroe Equeneo, que era el más anciano de los feacios y estaba adiestrado
               en  los  discursos,  sabedor  de  antiguas  y  muchas  cosas.  Éste  con  ánimo
               benévolo tomó la palabra entre ellos y dijo:

                   «Alcínoo,  no  es  desde  luego  nada  digno  ni  parece  adecuado  que  un

               extranjero esté echado en el suelo junto al hogar y sobre las cenizas, pero los
               demás  se  contienen  aguardando  tus  palabras.  Así  que,  venga,  haz  que  se
               levante y se siente sobre un sillón de clavos de plata, y ordena a los heraldos
               que le escancien el vino, para que libemos en honor de Zeus que se goza en el
               rayo, que asiste a los suplicantes dignos de respeto. Y que alguna despensera,
               de las del palacio, le sirva la cena al extranjero».

                   En cuanto hubo oído esto el sagrado ánimo de Alcínoo tomó de la mano al

               prudente  Odiseo  de  sutil  astucia,  lo  apartó  del  hogar  y  lo  sentó  en  un
               espléndido  asiento,  haciendo  levantarse  de  éste  al  amable  Laodamante,  que
               estaba sentado a su lado, y a quien apreciaba muchísimo. El agua de manos
               trajo una criada en un bello cántaro dorado y la vertía sobre la jofaina de plata
               para  que  se  lavara.  Y  a  su  lado  desplegó  una  mesa  bien  pulida.  Sobre  ella
               colocó el pan la venerable despensera al traerlo, y muchos otros manjares más
               de  los  que  disponía  para  darle  gusto.  Luego  bebió  y  comió  el  muy  sufrido

               divino Odiseo. Y entonces le dijo al heraldo el noble Alcínoo:

                   «Pontónoo, colma la crátera de vino mezclado y distribuye a todos en la
               sala, para que hagamos libaciones también en honor de Zeus que se goza en el
               rayo, que asiste a los suplicantes dignos de respeto».

                   Así  dijo,  y  Pontónoo  mezclaba  el  vino  que  endulza  el  ánimo,  y  lo
               distribuyó  a  todos  vertiéndolo  en  las  copas.  Luego,  una  vez  que  libaron  y
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