Page 71 - La Odisea alt.
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que llega de otro lugar. Son gentes que, fiadas en sus raudas naves, atraviesan
               el gran abismo marino, puesto que el dios que sacude la tierra les dio ese don,
               y sus naves son tan veloces como un pájaro o un pensamiento».

                   Después  de  hablar  así  Palas  Atenea  le  condujo  con  raudo  paso.  Él
               caminaba tras las huellas de la diosa. No le vio ninguno de los famosos feacios
               marchar  por  su  ciudad,  pues  no  lo  permitía  Atenea  de  hermosas  trenzas,  la
               terrible diosa que lo embozaba en una fina niebla velando por él con cariñoso

               ánimo. Odiseo iba admirando los puertos y las naves equilibradas y las plazas
               de aquellos héroes, y sus extensas y altas murallas, ensambladas con grandes
               rocas, maravilla de ver. Así que apenas llegaron ante el famoso palacio del rey,
               comenzó a hablar con estas palabras la diosa Atenea de ojos glaucos:

                   «Aquí tienes, padre extranjero, la casa que me has pedido que te indique.
               Hallarás a los reyes de estirpe divina celebrando un banquete. Pero tú entra, y
               no  te  turbes  en  tu  ánimo.  Pues  un  hombre  atrevido  se  comporta  mejor  en

               cualquier  empeño,  incluso  si  viene  de  una  tierra  distinta.  Te  encontrarás
               primero a la reina en la amplia sala. Arete es su nombre propio, y ha nacido de
               los  mismos  antepasados  de  la  familia  del  rey  Alcínoo.  Pues  al  principio  a
               Nausítoo lo engendraron Poseidón que sacude la tierra y Peribea, la mejor de
               las mujeres por su figura, hija menor del orgulloso Eurimedonte, que reinaba

               antaño sobre los soberbios gigantes. Pero él causó la perdición de su arrogante
               pueblo, y pereció él mismo. Con ella se unió Poseidón y engendró como hijo
               al magnánimo Nausítoo, que fue soberano de los feacios. Nausítoo engendró a
               Rexénor  y  a  Alcínoo.  A  aquél,  que  estaba  aún  sin  hijos  varones,  lo  asaetó
               Apolo el del arco de plata, a poco de casarse, y dejó sola en su palacio a su
               hija niña, Arete.


                   »Y la honró, como no es honrada ninguna otra de cuantas mujeres ahora
               mantienen un hogar al amparo de sus maridos. Así ella ha sido venerada en su
               corazón y lo sigue siendo por sus queridos hijos y el mismo Alcínoo y por sus
               súbditos,  los  cuales  la  admiran  como  a  una  diosa  y  la  reverencian  en  sus
               saludos  cuando  camina  por  la  ciudad.  Pues  en  efecto  no  carece  de  noble
               ingenio la señora, vela prudente por los suyos y resuelve las rencillas de los
               hombres. Conque si ella te acoge favorable en su ánimo, ya tienes esperanza

               de ver pronto a los tuyos y de retornar a tu casa de alto techo y tu querida
               tierra patria».

                   Después  de  hablar  así  marchóse  Atenea  de  ojos  glaucos  por  encima  del
               mar incansable, dejó atrás la amable Esqueria, llegó a Maratón y a Atenas de
               anchas calles, y penetró en la sólida casa de Erecteo.

                   Por  su  parte  Odiseo  llegaba  ante  la  muy  ilustre  mansión  de  Alcínoo.

               Mientras  se  hallaba  de  pie  ante  ella  con  muchos  vaivenes  le  palpitaba  el
               corazón, hasta que alcanzó el umbral de bronce. Flotaba como el fulgor del sol
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