Page 69 - La Odisea alt.
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su marido? Sin duda se trajo desde su navío a algún vagabundo, un hombre
venido de lejos, puesto que no hay vecinos cerca. Acaso algún dios muy
suplicado a los ruegos de ella vino bajando del cielo, y ella lo retendrá todos
sus días. Mejor, si es que ella con vueltas y revueltas encontró un esposo de
otra parte, pues está claro que a los de aquí, de su pueblo, los menosprecia, a
los feacios, que muchos y nobles pretenden su mano”.
»Así dirán, y eso para mí puede ser motivo de reproche. Además yo
también regañaría a otra, que hiciera tales cosas, que contra la voluntad de los
suyos, teniendo padre y madre, se juntan con hombres sin acudir antes a un
matrimonio en público. Extranjero, comprende tú mis palabras, a fin de que
muy pronto consigas transporte y regreso ofrecidos por mi padre.
»Verás un espléndido bosquecillo de álamos negros consagrado a Atenea a
la vera del camino. En él hay una fuente, y en torno hay una pradera. Allí hay
un terreno cercado de mi padre y un viñedo en flor, a tal distancia de la ciudad
como alcanza un grito. Siéntate allí y aguarda un rato, hasta que nosotras
penetremos en la ciudad y lleguemos al palacio de mi padre. Luego, cuando ya
calcules que estamos dentro de la casa, ve entonces a la ciudad de los feacios y
pregunta por el palacio de mi padre, el magnánimo Alcínoo. Es muy fácil de
reconocer y hasta un niño pequeño puede guiarte. Pues no hay ningún otro
palacio de los feacios comparable a él, tan espléndida es la casa del héroe
Alcínoo.
»Mas cuando te hayan acogido sus muros y el patio, atraviesa muy pronto
el atrio, hasta llegar junto a mi madre. Ella está sentada junto al hogar, al
resplandor del fuego, hilando copos de lana teñida en púrpura marina, una
maravilla de ver, reclinada junto a una columna. Y las esclavas están sentadas
detrás de ella.
»Allá está apoyado el trono de mi padre, a su lado. Sentado en él, bebe su
vino como un inmortal. Pasando de largo junto a él, echa tus brazos en torno a
las rodillas de mi madre, a fin de que gozoso veas pronto el día del regreso,
por muy lejos que vivas. Ciertamente, si ella siente en su ánimo amistad por ti,
ten esperanza en que verás a los tuyos y llegarás a tu casa bien fundada y a tu
tierra patria».
Tras de hablar así, fustigó con su centelleante látigo a las mulas. Éstas
abandonaron enseguida el cauce del río. Trotaban bien, y bien afirmaban sus
zancadas. Ella tensaba las riendas, de modo que pudieran seguirla las siervas y
Odiseo, y con pericia aplicaba el látigo.
Se sumergía el sol y entonces llegaron al famoso bosquecillo sagrado de
Atenea, donde se quedó el divino Odiseo. Al punto luego oraba a la hija del
gran Zeus: