Page 68 - La Odisea alt.
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entonces  un  aspecto  mejor  y  más  robusto,  y  de  su  cabeza  dejó  brotar  una
               cabellera espesa, semejante a la flor del jacinto. Como cuando recama de oro
               la plata un hombre experto, al que le enseñaron su arte variado Hefesto y Palas
               Atenea, y realiza obras preciosas, así entonces la diosa derramó la gracia sobre
               su cabeza y sus hombros.

                   Después se sentó apartándose en la orilla del mar, radiante por su belleza y
               sus atractivos. Y la joven lo contemplaba.


                   Entonces comentaba ella a sus sirvientas de hermosas trenzas:

                   «Escuchadme, doncellas de blancos brazos, que os diga algo. No es contra
               el designio de todos los dioses que habitan el Olimpo que este hombre viene a
               encontrarse con los heroicos feacios. Antes pues me pareció que era de ruin
               aspecto, pero ahora se asemeja a los dioses que dominan el amplio cielo. Ojalá
               que  alguien  así  fuera  llamado  mi  esposo,  viviendo  aquí,  y  que  le  gustara

               quedarse en esta tierra. Así que, siervas, dad al extranjero comida y bebida».

                   Así habló, y ellas al momento la atendieron y la obedecían. Junto a Odiseo
               aprestaron comida y bebida. Cuán vorazmente comía y bebía el muy sufridor
               divino Odiseo. Pues durante largo tiempo estuvo ayuno de alimento. Luego
               Nausícaa  de  blancos  brazos  discurrió  otro  plan.  Doblando  las  ropas  había
               hecho que las pusieran sobre el hermoso carro, y uncieron las mulas de fuertes

               pezuñas, y ella subió arriba, y se dirigió a Odiseo, le llamó y le dijo su palabra:

                   «Levántate ahora, extranjero, para ir a la ciudad, a fin de que te escolte
               hacia la casa de mi prudente padre, donde te aseguro que conocerás a los más
               nobles de todos los feacios. Así que haz según te diga ese trecho, ya que me
               parece que eres inteligente. Mientras vayamos por los campos y los labrantíos
               de los campesinos, sigue ágilmente en compañía de las sirvientas tras del carro
               y las mulas. Yo marcharé como guía por el camino.

                   »Pero luego llegaremos a la ciudad. La rodea una elevada muralla y hay un

               hermoso puerto a cada lado de la población, y una estrecha bocana. Y a lo
               largo del camino están varadas las naves de curvos costados, pues para todas y
               cada  una  hay  un  fondeadero.  Allí  está  también  su  ágora,  en  torno  al  bello
               templo de Poseidón, pavimentada con piedras de acarreo bien hundidas en el
               suelo. Ahí velan por los aparejos de sus negras naves, el cordaje y las velas, y

               aguzan los remos. Pues no les ocupan a los feacios el arco ni la aljaba, sino los
               mástiles y los remos de las naves y los navíos bien construidos, con los que
               atraviesan ufanos el espumoso mar.

                   »Quiero  evitar  la  amarga  murmuración  de  ellos,  que  haya  quien  me
               censure,  pues  los  hay  muy  insolentes  en  el  pueblo.  No  fuera  a  suceder  que
               alguno  muy  malicioso  diga  al  encontrarnos:  “¿Quién  es  ese  tipo  extraño,
               grande y apuesto, que sigue a Nausícaa? ¿Dónde lo encontró? ¿Acaso va a ser
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