Page 66 - La Odisea alt.
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en la casa murada. Así Odiseo iba a acercarse a las muchachas de hermosas
trenzas, aun estando desnudo. Pues le obligaba la necesidad.
Terrible apareció ante ellas desfigurado por el salitre. Escaparon cada una
por un lado hacia las costas recortadas. Sola aguardaba la hija de Alcínoo.
Pues a ella le infundió valor en su interior y le arrebató el temor en sus
miembros Atenea. Quedóse erguida ante él. Y Odiseo vaciló en si suplicaría a
la joven de bellos ojos abrazándose a sus rodillas, o si acaso a distancia la
suplicaría con palabras, a ver si podía indicarle una ciudad y darle ropas. Así
entonces le pareció que era mejor: suplicar a distancia y con dulces palabras,
por temor a que si abrazaba sus rodillas se irritara la joven en su corazón. Al
momento le habló con amable y provechoso parlamento:
«Te suplico de rodillas, soberana. ¿Eres acaso una diosa o una mortal? Si
acaso eres una diosa, de las que dominan el anchuroso cielo, yo a ti te
comparo a Ártemis, la hija del gran Zeus, por tu belleza, tu figura y
arrogancia. Pero si eres una de las mortales que habitan la tierra, ¡tres veces
felices tu padre y tu honorable madre, y tres veces tus hermanos! Sin duda que
se les encandila el ánimo intensamente con alegrías de continuo, cuando
contemplan a tan bella flor avanzar en la danza. Y dichosísimo, a su vez, en su
ánimo, por encima de los demás, el que conquistándote con regalos de boda se
te lleve a su casa. Jamás vi ante mis ojos una persona semejante, ni hombre ni
mujer. El asombro me domina al contemplarte.
»Sólo una vez, en Delos, junto al altar de Apolo vi algo semejante: un
retoño reciente de palmera que crecía esbelto y erguido. Pues una vez llegué
allí, y me seguía numerosa tropa en mi viaje, en el que iban a sucederme
muchos pesares. Así entonces al verlo me quedé asombrado en mi corazón
durante largo rato, puesto que nunca brotó de la tierra un tronco semejante. Así
a ti, mujer, te admiro y estoy asombrado, y siento un tremendo temor a
agarrarme a tus rodillas. Pero me apremia un urgente apuro.
»Ayer, al vigésimo día, escapé del vinoso ponto. Durante tanto tiempo me
arrastraron sin descanso el oleaje y las súbitas borrascas desde la isla de
Ogigia. Y ahora acá me ha arrojado una divinidad, tal vez para que todavía
también aquí sufra desgracias. Pues no creo que vayan a cesar, sino que aún
me pondrán por delante muchas los dioses.
»Pero tú, soberana, compadécete. Tras soportar muchas desdichas llegué
ante ti, la primera, y no conozco a ningún ser humano de los que habitan esta
ciudad y esta tierra. Indícame el poblado y dame un trapo para cubrirme, si es
que trajiste alguna tela de saco al venir hasta aquí. ¡Que los dioses te den todo
cuanto anhelas en tu mente, un marido y una casa y te otorguen una noble
concordia! Pues no hay nada mejor y más amable que esto: cuando habitan un
hogar con concordia en sus ánimos un hombre y una mujer. ¡Muchos dolores