Page 63 - La Odisea alt.
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Como  cuando  alguien,  que  no  tiene  otros  vecinos,  recubre  un  tizón  con
               negra ceniza en una linde del campo, conservando la semilla del fuego para no
               encenderlo  luego  de  otro,  así  se  recubrió  Odiseo  con  el  follaje.  Atenea
               derramó  sueño  en  sus  ojos  para  que  cuanto  antes  descansara  de  su  penosa
               fatiga, cerrando sus párpados.




                                                     CANTO VI



                   Mientras  él  allí  dormía,  el  muy  sufrido  divino  Odiseo,  abrumado  por  el
               sueño  y  la  fatiga,  Atenea,  por  su  lado,  se  dirigió  al  país  y  la  ciudad  de  los
               feacios. Ellos en otro tiempo, antaño, habitaban en la espaciosa Hiperea, cerca
               de los cíclopes, gente ensoberbecida que de continuo les perjudicaban, y en la
               refriega les eran superiores. De allá los sacó y condujo Nausítoo, semejante a

               un dios, y les asentó en Esqueria, lejos de los hombres laboriosos, y construyó
               una muralla en torno a la ciudad, y edificó las casas, levantó templos a los
               dioses, y repartió las tierras de labor. Pero éste, sometido a su destino mortal,
               habíase  ido  ya  al  Hades  y  entonces  los  regía  Alcínoo,  conocedor  de  los
               designios de los dioses.

                   A su morada dirigióse la diosa Atenea de ojos glaucos, que preparaba el
               regreso del magnánimo Odiseo. Se encaminó al dormitorio muy adornado en

               que  estaba  acostada  una  doncella  semejante  a  las  diosas  inmortales  en  su
               figura  y  su  prestancia:  Nausícaa,  la  hija  del  magnánimo  Alcínoo.  Cerca
               estaban sus dos criadas, que tenían una belleza propia de las Gracias, una a
               cada  costado  de  la  entrada,  y  las  hojas  espléndidas  de  la  puerta  estaban
               cerradas. Ella, como una ráfaga de aire, se deslizó ligera hasta el lecho de la
               joven, se detuvo sobre su cabeza y le dirigió la palabra, tomando la figura de
               la hija de Dimante, renombrado por sus naves, que era de su misma edad y a la

               que tenía gran cariño. Tomando su figura le habló la de glaucos ojos, Atenea:

                   «Nausícaa, ¿por qué tan negligente te parió tu madre? Tienes descuidados
               tus  magníficos  vestidos,  y  tu  matrimonio  está  próximo.  Entonces  necesitas
               vestir bellas ropas y ofrecérselas a los tuyos, que te llevarán al altar. Pues de
               esos hechos se acrecienta el honor noble entre los hombres y de eso se alegran
               el padre y la honorable madre. Así pues, vámonos a lavar en cuanto despunte

               el alba.

                   »Yo  iré  contigo  también  como  compañera,  para  que  enseguida  lo
               dispongas,  porque  no  vas  a  ser  ya  doncella  por  mucho  tiempo.  Pues  ya
               pretenden tu mano los más nobles de todos los feacios del país, de donde es
               también tu linaje. Conque, venga, solicita a tu ilustre padre antes del alba que
               te apreste un par de mulas y un carro, para llevarte los justillos, los peplos y
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