Page 61 - La Odisea alt.
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feacios amigos del remo Odiseo de estirpe divina, escapando de la muerte.


                   Allí durante dos noches y dos días en el denso oleaje marchó a la deriva, y
               muchas  veces  su  corazón  presintió  su  final.  Pero  cuando  ya  el  tercer  día
               anunció la Aurora de hermosas trenzas, ya entonces cesó el viento y se impuso
               una calma serena. Y divisó cercana la tierra, aguzando mucho la vista, al ser
               levantado por una gran ola. Tan anhelada como se aparece a los hijos la vida
               de  su  padre,  que  yace  padeciendo  los  fuertes  dolores  de  la  enfermedad,

               consumiéndose durante largo tiempo, y una odiosa divinidad lo tiene postrado,
               y  los  dioses  según  lo  anhelado  lo  liberan  de  la  calamidad,  así  de  deseada
               apareció ante Odiseo la tierra y su bosque, y se puso a nadar apresurándose
               para arribar con sus pies a la tierra firme. Pero cuando distaba tan sólo tanto
               como  se  alcanza  gritando,  entonces  escuchó  el  estrépito  del  mar  sobre  los

               escollos costeros. Rugía tremendo el oleaje al chocar contra la tierra firme, y
               todo  el  litoral  estaba  cubierto  por  la  espuma  del  mar.  Pues  no  había  allí
               puertos, refugios de naves, ni ensenadas, sino costas abruptas, escollos y rocas.

                   Así  que  entonces  desfallecieron  las  rodillas  y  el  corazón  de  Odiseo  y
               afligiéndose dijo a su magnánimo corazón:

                   «¡Ay de mí! Una vez que Zeus me ha concedido contemplar esta tierra más
               allá de mi esperanza y que ya he logrado atravesar este abismo, no se ve un
               punto de arribada para salir del espumoso mar. En la costa hay acantilados a

               pico, y en torno a ellos resuena estrepitoso el oleaje, y se alza lisa la roca y el
               mar es profundo a su lado, y no es posible poner allí los pies y escapar a esta
               angustia.  Y  que  no  vaya  a  echarme  de  golpe  al  salir  una  fuerte  ola,
               violentamente, contra un pétreo peñasco, y sea lamentable mi intento.

                   »Pero si sigo nadando aún más allá, por si acaso puedo encontrar playas
               batidas al sesgo por las olas en un puerto marino, temo que me arrebate de

               nuevo la tempestad y me arrastre hacia el alta mar poblada de peces en medio
               de pesados gemidos, o que envíe contra mí un dios un gran monstruo marino
               desde lo profundo del mar, de los muchos que cría la ilustre Anfitrite. Pues sé
               cuán enfurecido contra mí está el glorioso Sacudidor de la tierra».

                   Mientras él estas cosas meditaba en su mente y su ánimo, entre tanto una
               gran ola lo llevaba contra la áspera costa. Allí se habría desgarrado la piel y
               quebrado  los  huesos,  si  la  diosa  Atenea  de  glauca  mirada  no  le  hubiera

               inspirado  en  su  mente.  Con  las  dos  manos  asióse  presuroso  a  la  roca  y  se
               mantuvo en ella gimiendo, hasta que la gran ola hubo pasado. Y así la evitó,
               pero luego al refluir de nuevo le golpeó y lo lanzó lejos hacia alta mar. Como
               cuando  al  sacar  a  un  pulpo  de  su  escondrijo  se  quedan  pegados  a  sus
               tentáculos incontables guijarros, así en la roca quedaron prendidos jirones de

               piel de sus manos fornidas, mientras que a él lo cubrió una ola enorme. Y allí
               habría perecido desdichado por encima de su destino Odiseo, si no le hubiera
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