Page 59 - La Odisea alt.
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el alto éter, revolviendo un enorme oleaje. Entonces desfallecieron las rodillas

               y  el  corazón  de  Odiseo,  y  angustiándose  dijo  entonces  a  su  magnánimo
               corazón:

                   «¡Ay  de  mí  infeliz!  ¿Qué  va  a  sucederme  al  final  ahora?  ¡Temo  que  la
               diosa me haya dicho toda la verdad, cuando me dijo que en alta mar, antes de
               alcanzar  mi  tierra  patria,  sufriría  de  nuevo  dolores!  Todo  eso  ahora  va  a
               cumplirse. Con qué nubarrones cubre Zeus el amplio cielo, y revuelve el mar,

               y ya se desbocan las ráfagas de todo tipo de vientos. Ahora tengo segura una
               desastrosa muerte.

                   »¡Tres y cuatro veces dichosos los dánaos que antaño murieron sirviendo
               en favor de los Atridas en la amplia llanura de Troya! ¡Ojalá que también yo
               hubiera  muerto  y  cumplido  mi  destino  en  aquel  día,  cuando  muchísimos
               troyanos  me  lanzaron  encima  sus  lanzas  de  punta  de  bronce  al  costado  del
               cadáver  de  Aquiles!  En  tal  caso  habría  obtenido  honores  fúnebres  y  me

               habrían dado gloria los aqueos. Ahora, en cambio, está predestinado que me
               arrebate una muerte miserable».

                   Mientras lo decía, una ola enorme, precipitándose terrible desde la altura,
               lo alcanzó de lleno y volteó como un torbellino la balsa. Lejos de la balsa cayó
               él,  y  el  timón  se  escapó  de  sus  manos.  Por  la  mitad  quebróle  el  mástil  el
               terrible  turbión  de  los  vientos  mezclados  que  llegaba,  y  lejos  la  vela  y  la

               entena  cayeron  en  el  mar.  Quedó  él  sumergido  un  largo  rato,  y  no  pudo
               recobrarse en seguida del embate de la tremenda ola, porque le pesaban los
               vestidos que le había proporcionado la divina Calipso. Al fin emergió, y de su
               boca  vomitó  la  amarga  agua  salada,  que  le  chorreaba  en  abundancia  por  la
               cabeza.

                   Pero  ni  por  ésas  abandonó  la  balsa,  aunque  estaba  agotado,  sino  que

               lanzándose  a  través  de  las  olas  se  agarró  a  ella,  y  se  echó  en  medio  de  la
               misma tratando de escapar al embate de la muerte. La arrastraba el gran oleaje
               en su curso hacia acá y hacia allá. Como cuando el Bóreas otoñal arrastra los
               cardos por la llanura, y se amontonan espesos unos con otros, así a lo largo del
               mar la arrastraba hacia acá y hacia allá. Unas veces el Noto se la lanzaba al
               Bóreas para que la impulsara, y otras veces el Euro se la cedía al Céfiro para

               que la persiguiera.

                   Pero le vio la hija de Cadmo, Ino Leucótea de hermosos tobillos, que antes
               había sido una mortal dotada de voz humana, y que ahora en el fondo del mar
               comparte la gloria de los dioses. Ella se compadeció de Odiseo, que vagaba
               sufriendo pesares, y semejante a una gaviota voladora surgió de las aguas. Se
               posó en la ensamblada almadía y le dijo su palabra:

                   «Malaventurado, ¿por qué Poseidón que sacude la tierra se encolerizó tanto

               contigo,  ferozmente,  y  tantos  daños  produce  contra  ti?  Con  todo  no  va  a
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