Page 58 - La Odisea alt.
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los hacheó con el bronce luego, y los pulió sabiamente, y los enderezó con una
plomada. Entonces le trajo un taladro Calipso, divina entre las diosas, y los
taladró todos y los ajustó unos con otros, y los ensambló con clavijas y
junturas. Cuanto un hombre, buen conocedor de las artes de la construcción,
redondearía el fondo de un amplio navío de carga, tanto de amplia hizo Odiseo
la balsa. Luego construía la cubierta colocando ensamblados apretados
maderos, y la remataba con enormes tablones. Y sobre ella alzaba un mástil y
la entena ensamblada con él. Y, como es natural, construyó un timón para
enderezar el rumbo. Y la protegió por los lados con mimbres entretejidos para
que fueran una defensa contra el oleaje, y encima extendió mucha madera.
Entonces le trajo Calipso, divina entre las diosas, telas para hacerse unas velas,
y él se fabricó también éstas diestramente. Ató a ellas cuerdas, cables y
bolinas, y con unas estacas botó la almadía al divino mar.
Era el cuarto día y en éste quedó todo acabado. Así que al quinto lo
despedía de su isla divina Calipso, después de lavarle y de haberle vestido un
perfumado ropaje. La diosa le puso a bordo un odre de negro vino, otro grande
de agua, y provisiones en un saco. A bordo le había llevado muchos víveres
apetitosos. Y le envió un viento benéfico y suave.
Alegre desplegó las velas al viento el divino Odiseo, al tiempo que sentado
al timón enderezaba el rumbo sabiamente. Y no caía el sueño sobre sus
párpados mientras él contemplaba las Pléyades y Bootes que se sumerge tardío
y la Osa, que llaman por sobrenombre el Carro, que por allí gira y acecha a
Orión, y es la única privada de los baños en el Océano. Pues le había
aconsejado Calipso, divina entre las diosas, que surcara el alta mar teniéndola
siempre a mano izquierda. Diecisiete días navegó cruzando el ponto, y al
decimoctavo se le aparecieron los montes sombríos de la tierra de los feacios,
por donde le estaban más cerca. Le parecieron como un combado escudo en
medio del neblinoso mar.
Pero el poderoso Sacudidor de la tierra, que regresaba de entre los etíopes,
le vio desde lejos, desde los montes Solimos, pues quedó a su vista mientras
todavía navegaba por alta mar. El dios se enfureció aún más en su corazón, y
sacudiendo la cabeza habló así a su ánimo:
«¡Ayayay! ¡Sin duda que los dioses tramaron algo nuevo respecto a
Odiseo, mientras yo estaba junto a los etíopes! Ahora está ya cerca de la tierra
de los feacios, donde es su destino escapar del aluvión de desgracias que le
acosa. Pero afirmo que aún le daré un montón de desdicha».
Tras hablar así, reunía nubarrones y, blandiendo su tridente, alborotó el
mar. Excitó todas las furias de los vientos de varios rumbos, y con nubes
recubrió a la vez la tierra y el mar. Desde el cielo caía de golpe la noche. Y
juntos se lanzaron el Noto y el Euro y el borrascoso Céfiro y Bóreas nacido en