Page 56 - La Odisea alt.
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A ella le contestó a su vez el mensajero Argifonte:
«Despídele ahora así, y evita la cólera de Zeus, no sea que te guarde rencor
y sea luego duro contigo».
Cuando así hubo hablado se alejó el fuerte Argifonte, mientras ella, la
venerable ninfa, se dirigía al encuentro con Odiseo, tras de haber acatado el
mensaje de Zeus. Lo encontró, pues, sentado en la orilla. Nunca estaban sus
ojos secos de lágrimas, y consumía su dulce vida añorando su regreso, porque
ya no le contentaba la ninfa. Pasaba, sin embargo, las noches por necesidad en
la cóncava gruta al lado de la que le amaba sin amarla él. Pero durante los
días, sentado en las rocas de la costa, desgarrando su ánimo con llantos,
gemidos y pesares, escrutaba el mar estéril derramando lágrimas.
Deteniéndose junto a él le habló la divina entre las diosas:
«¡Desdichado, no te me lamentes más ni aquí consumas tu vida! Porque ya
voy a despedirte de muy buen grado. Conque, venga, corta unos largos
maderos y construye con el bronce una ancha almadía. Luego instala sobre
ella, por encima, una tablazón, para que te transporte por el brumoso mar. Por
mi parte yo te traeré alimento, agua y rojo vino en abundancia, que te protejan
del hambre, y vestidos para cubrirte. Y te enviaré luego un buen viento, a fin
de que llegues muy salvo a tu tierra patria. Así lo quieren los dioses, que
dominan el amplio cielo, que son más poderosos que yo para preverlo y
cumplirlo».
Así dijo. Se estremeció el muy sufrido, divino Odiseo, y respondiéndole
dijo aladas palabras:
«Otra cosa es lo que tú, diosa, pretendes ahora y no mi viaje, cuando me
incitas a cruzar en balsa el enorme abismo, terrible y dificultoso. Ni siquiera
las naves bien equilibradas de veloz proa lo atraviesan, favorecidas por un
viento favorable de Zeus. Tampoco yo, en contra de tu voluntad, me
embarcaría en una balsa, a no ser que aceptaras, diosa, prometerme con un
gran juramento que no vas a tramar contra mí otra mala desdicha».
Así habló, y sonrióse Calipso, la divina entre las diosas, y le acarició con la
mano y le dirigió su palabra diciendo:
«¡Qué taimado eres, y desde luego no tienes un vano entendimiento! ¡Qué
palabras te has decidido a decirme en voz alta! Que atestigüen ahora la tierra y
el ancho cielo arriba, y el agua que mana de la Estigia (que es el juramento
máximo y más tremendo que hay entre los dioses dichosos), esto: que no voy a
tramar contra ti ninguna otra mala desdicha. Sino que pienso y te aconsejo lo
que para mí meditaría en caso de que me alcanzara un apuro tan grande.
Tengo, en efecto, una recta intención y no hay en mi pecho un ánimo de
hierro, sino compasivo».