Page 54 - La Odisea alt.
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tremendos  repliegues  del  estéril  mar  y  se  moja  en  la  espuma  salada  sus

               presurosas alas. Parecido a ésta viajaba sobre las numerosas olas Hermes.

                   Mas cuando ya arribó a la isla que estaba lejana, entonces salió del mar de
               color violeta echando a andar sobre la tierra firme hasta que llegó a la vasta
               cueva en la que habitaba la ninfa de hermosas trenzas. Y la encontró a ella en
               su interior.


                   En el hogar ardía un gran fuego y el olor del cedro de aromática madera y
               el de la tuya al quemarse se dejaba sentir desde lejos en la isla. Y dentro ella
               cantaba  con  bella  voz,  mientras  manejando  el  telar  con  su  áurea  lanzadera
               tejía.

                   En derredor de la cueva había crecido un bosque frondoso, que poblaban el
               aliso, el álamo y el fragante ciprés. Allí anidaban aves de amplias alas: búhos,
               gavilanes y cornejas marinas de pico alargado, que encuentran su faena en el

               mar. Allí mismo, en torno a la cóncava gruta, se había extendido una rozagante
               viña, que estaba colmada de racimos. Cuatro fuentes en hilera manaban con
               agua clara, cercanas entre sí y orientadas cada una hacia un lado, Y a ambos
               costados florecían los prados herbosos de violetas y apio silvestre. Hasta un
               inmortal,  que  por  allí  llegara,  se  asombraría  contemplando  el  paisaje  y  se
               sentiría  regocijado  en  su  corazón.  Entonces  allí  se  detenía  y  lo  admiraba  el
               mensajero Argifonte.


                   Y tras un rato de contemplarlo todo a su gusto, en seguida se dirigió hasta
               la anchurosa caverna. No dejó de reconocerlo al verlo de frente Calipso, la
               divina entre las diosas. Porque los dioses no son desconocidos unos de otros,
               aunque  alguno  tenga  muy  apartada  su  morada.  En  cuanto  al  magnánimo
               Odiseo, no lo halló en el interior de la cueva, sino que él sollozaba sentado en
               la orilla, donde muchas veces, desgarrando su ánimo con llantos, gemidos y

               pesares, escrutaba el mar estéril derramando lágrimas. A Hermes preguntóle
               Calipso, la divina entre las diosas, después de haberle ofrecido un espléndido y
               magnífico asiento:

                   «¿Por qué a mi casa has venido, Hermes de la varita de oro, honorable y
               querido?  Hasta  ahora,  al  menos,  no  solías  visitarme  nunca.  Dime  lo  que
               tramas. Mi ánimo me incita a cumplirlo, si es que puedo cumplirlo y si es algo
               que pueda hacerse. Pero antes sígueme, para que te ofrezca unos presentes de

               hospitalidad».

                   Tras haber hablado así, la diosa dispuso una mesa que colmó de ambrosía y
               mezcló  el  rojo  néctar.  Entonces  tomó  bebida  y  alimento  el  mensajero
               Argifonte,  y  una  vez  que  hubo  comido  y  saciado  su  ánimo  con  la  comida,
               entonces en respuesta le dirigió estas palabras:

                   «Me preguntas, diosa, a qué vengo yo, un dios, y al momento te expondré
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