Page 53 - La Odisea alt.
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«¡Zeus  padre  y  demás  dioses  felices  que  existís  para  siempre!  ¡Que  no
               haya ya rey ninguno prudente, benévolo y amable portador del cetro, ninguno
               que respete en su mente lo justo, sino que sean siempre crueles y autores de
               tropelías!

                   »Porque ninguno se acuerda del divino Odiseo, entre aquellas gentes a las
               que regía y para quienes era tierno como un padre. Ahora yace desesperado en
               una isla, sufriendo rigurosos pesares, en los aposentos de la ninfa Calipso, que

               por la fuerza lo retiene. No puede él arribar a su tierra patria, porque no tiene
               consigo naves remeras ni compañeros que lo transporten sobre el ancho lomo
               del mar.

                   »Ahora, además, andan tramando asesinar a su amado hijo, en cuanto trate
               de regresar a su casa. Él marchó a por noticias de su padre a la muy sagrada
               Pilos y a la divina Lacedemonia».


                   Respondiendo, a ella le dijo Zeus, el Amontonador de nubes:

                   «¡Hija mía, qué discurso escapó del cerco de tus dientes! ¿Acaso tú misma
               no  has  decidido  ya  ese  plan,  de  forma  que  Odiseo  se  vengara  de  ellos  al
               regresar  a  su  hogar?  Respecto  a  Telémaco,  envíalo  tú  cuidadosamente,  que
               bien  puedes,  para  que  vuelva  sano  y  salvo  a  su  tierra  patria.  Y  que  los
               pretendientes retornen en su barco de un viaje frustrado».

                   Y de este modo habló luego a su querido hijo Hermes:


                   «Hermes, tú que en casos semejantes eres nuestro mensajero, ve a decirle a
               la ninfa de hermosas trenzas nuestra inevitable decisión: el retorno del sufrido
               Odiseo, a fin de que se ponga a navegar sin escolta de dioses ni de camaradas
               humanos.  Sino  que  él,  después  de  soportar  penalidades  en  una  balsa  de
               muchas ataduras, llegue, en el vigésimo día, a Esqueria de fértiles glebas, en el
               país de los feacios, que son casi dioses, quienes le honrarán de corazón como a
               un  ser  divino  y  le  enviarán  en  una  nave  a  su  querida  tierra  patria,  tras  de

               haberle regalado bronce y oro en cantidad y muchos vestidos, tantos como ni
               siquiera  de  Troya  habría  sacado  Odiseo,  de  haber  salido  indemne  y  haber
               recibido su parte de botín. Que, en efecto, su destino es ver a los suyos de
               nuevo y llegar a su casa de altos techos y a su tierra patria».

                   Así habló, y no dejó de obedecerle el mensajero Argifonte. Al instante se
               anudó  en  sus  pies  las  bellas  sandalias,  de  oro,  imperecederas,  que  le

               transportaban sobre el agua y la tierra sin límites a la par de las ráfagas del
               viento. Tomó consigo su varita, con la que hechiza los ojos de los hombres, de
               quien quiere, y con la que, a su vez, también despierta a los durmientes. Con
               ella en sus manos se echó a volar el poderoso Argifonte.

                   Descendiendo a la Pieria se lanzó desde el éter al mar. Avanzó luego por
               sobre  las  olas  semejante  a  una  gaviota  que  da  caza  a  los  peces  en  los
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