Page 51 - La Odisea alt.
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«Seguro  que  la  reina  tan  cortejada  prepara  ya  sus  bodas  con  alguno  de
               nosotros, y nada sabe de la muerte que pende sobre su hijo».

                   Así decía entonces uno. Pero no sabían lo que estaba por venir. Entre ellos
               tomó la palabra Antínoo y les dijo:

                   «¡Insensatos! Rehuid las aclaraciones jactanciosas todos por igual, no sea
               que alguien vaya a referirlas ahí adentro también. Pero, vamos, levantémonos

               y cumplamos en silencio nuestro plan, que ya está decidido en la mente de
               todos nosotros».

                   Tras  de  haber  dicho  esto,  eligió  a  los  veinte  mejores  hombres,  y  se
               pusieron en marcha hacia la veloz nave y la orilla del mar. Conque primero
               botaron al mar profundo la embarcación, y en ella afirmaron el mástil y las
               velas  del  negro  navío,  y  sujetaron  los  remos  con  cabos  de  cuero,  todo  en
               orden,  y  desplegaron  las  velas  blancas.  Les  trajeron  las  armas  sus  fieros

               sirvientes. Anclaron la nave en aguas de hondo calado y desembarcaron luego.
               Allí tomaron la cena mientras aguardaban la llegada de la noche.

                   Mientras  tanto  la  prudente  Penélope  estaba  echada  en  su  aposento,  en
               ayunas,  sin  probar  comida  ni  bebida,  meditando  si  su  irreprochable  hijo
               lograría escapar de la muerte, o si sucumbiría vencido por los ensoberbecidos
               pretendientes. Cuantas angustias fantasea un león en medio del acoso de los

               cazadores, cuando le acorralan en un cerco traicionero, tantas la acosaban a
               ella  hasta  que  le  sobrevino  el  dulce  sueño.  Durmióse  echada  allí,  y  se
               disolvieron todas sus angustias.

                   Allí  otra  cosa  planeó  la  diosa  de  los  ojos  glaucos,  Atenea.  Plasmó  una
               figura  y  la  hizo  idéntica  al  cuerpo  de  una  mujer,  al  de  Iftima,  la  hija  del
               magnánimo  Icario,  a  quien  había  desposado  Eumelo  que  en  Feras  tenía  su
               morada.  Y  la  envió  al  palacio  del  divino  Odiseo,  para  que  consolara  a  la

               gimiente y llorosa Penélope en su sollozar y su lastimosa pena.

                   Penetró en su dormitorio a través de la argolla del cerrojo, y se irguió ante
               su rostro y le dijo estas palabras:

                   «Penélope, ¿duermes acongojada en el fondo de tu corazón? No consienten
               los dioses de vida fácil que sigas llorando y angustiándote, porque ya se halla
               en el camino de regreso tu hijo. Y no es de nada culpable ante los dioses».

                   Le  contestó  a  ella  entonces  la  prudente  Penélope,  que  dormitaba  muy

               suavemente en el umbral de los sueños:

                   «¿A qué has venido acá, hermana? Nunca antes me has visitado, porque
               desde  luego  habitas  en  un  palacio  a  larga  distancia.  Y  ahora  vienes  y  me
               invitas a cesar en mi pena y mis muchos sufrimientos, que me angustian en mi
               mente y mi ánimo, a mí, que ya perdí a mi noble esposo de corazón de león,
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