Page 49 - La Odisea alt.
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banquetes  arruináis  una  gran  hacienda,  la  herencia  del  prudente  Telémaco!

               Nada  escuchasteis  a  vuestros  familiares,  cuando  erais  niños,  de  cómo  se
               comportaba  Odiseo  con  vuestros  padres,  sin  hacer  nada  injusto  a  nadie,  sin
               siquiera proponerlo ante el pueblo. Ése suele ser el comportamiento habitual
               de los divinos reyes, que entre los humanos a uno lo detestan y aman a otro.
               Pero  él  jamás,  en  absoluto,  había  causado  un  daño  irreparable  a  nadie.  En

               cambio vuestras intenciones y vuestras inicuas obras están a la vista. Y no hay
               en adelante ninguna gratitud para quienes hacen el bien».

                   A ella le respondió Medonte, que albergaba sagaces ideas:

                   «¡Pues ojalá que ahora, reina, ése fuera el peor mal! Que hay otro mucho
               más grave y más doloroso que los pretendientes maquinan, y ojalá no se lo
               cumpla el hijo de Crono. Guardan el propósito de asesinar a Telémaco con el
               afilado bronce en cuanto él vuelva a la casa. Zarpó en pos de nuevas sobre su
               padre a la muy divina Pilos y a la sagrada Lacedemonia».


                   Así  dijo.  A  ella  le  desfallecieron  las  rodillas  y  el  corazón.  Y  por  largo
               trecho  el  asombro  le  arrebató  las  palabras.  Ambos  ojos  se  le  colmaron  de
               lágrimas y su cálida voz quedó apagada. Luego al fin le respondió y se dirigió
               a él con estas palabras:

                   «Heraldo,  ¿por  qué  se  ha  marchado  mi  hijo?  Ningún  apuro  le  urgía  a

               embarcarse en los barcos de puntiaguda proa, que son para nuestros hombres
               caballos del mar, que los trasportan sobre la extensión de las aguas, la vasta
               planicie. ¿Es acaso para que no quede siquiera su nombre entre sus gentes?».

                   A ella la contestó luego Medonte, que albergaba sagaces ideas:

                   «No sé si algún dios le ha incitado o su propio ánimo le impulsó a marchar
               hacia Pilos, para informarse acerca de su padre, de su regreso o de qué destino
               le ha alcanzado».


                   Después que hubo hablado así, se retiró a través de la mansión de Odiseo.

                   A ella la invadió una pena que la aniquilaba y ni siquiera tuvo ánimos para
               sentarse  en  una  silla,  de  las  muchas  que  había  en  el  palacio,  sino  que  se
               agazapó  sobre  el  umbral  de  su  bien  construido  dormitorio,  sollozando
               lastimosamente. A su alrededor sollozaban todas las criadas que había en la
               mansión,  jóvenes  y  viejas.  A  ellas,  entre  incontenibles  gemidos,  les  dijo
               Penélope:

                   «Oídme, amigas. En demasía me ha dado dolores el Olímpico, por encima

               de todas las demás mujeres que en mis tiempos se criaron y fueron. Yo que,
               primero, perdí a mi noble esposo de ánimo leonino, destacado por virtudes de
               toda  clase  entre  los  dánaos,  tan  noble  que  su  fama  amplia  se  extiende  por
               Grecia y el corazón de Argos.
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