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para que quede bien enterado, si te arrebató con violencia, contra tu voluntad,
la negra nave, o si se la diste de buen grado, después de que te lo pidiera en un
discurso».
Le contestó Noemón, hijo de Fronio:
«Yo se la di de buen grado. ¿Qué hubiera hecho cualquiera, cuando un
hombre de tal calidad, con inquietudes en su ánimo, se lo suplicaba? Difícil le
sería negarse a tal concesión.
»En cuanto a los que iban con él, eran jóvenes, quienes más destacan en el
pueblo entre nosotros. Y entonces vi que como su jefe se embarcaba Méntor, o
un dios, que a ése se le parecía en todo. Pero esto me tiene asombrado. Que
acá vi ayer por la mañana al divino Méntor, y entonces se embarcó en la nave
hacia Pilos».
Después de haber hablado así, se encaminó a la casa de su padre. A ellos, a
ambos, se les enfureció el orgulloso ánimo. Hicieron sentarse a los
pretendientes en un grupo y que cesaran sus juegos. Y les dirigió la palabra a
éstos Antínoo, hijo de Eupites, encolerizado. Sus entrañas se habían colmado
plenamente de furia, ennegreciendo por ambos lados, y sus ojos se asemejaban
al fuego centelleante.
«¡Ah, ah! ¡Con cuánta insolencia ha llevado a cabo su acción! Ya tiene ahí
Telémaco su viaje. ¡Y asegurábamos que no lo lograría! En contra de la
voluntad de tantos el joven muchacho se ha largado sin más, botando al mar el
barco y eligiendo a los más capaces en el pueblo. Pronto comenzará a ser ya
una amenaza. ¡Mas ojalá Zeus destruya su fuerza antes de que traspase el
límite de la adolescencia!
»Pero, venga, dadme una nave rápida y veinte compañeros, a fin de que le
prepare una emboscada a su vuelta, y voy a acecharle en el paso entre Ítaca y
la encrespada Samos, para que le sea funesta esta navegación en busca de su
padre».
Así dijo. Entonces todos lo aclamaban y le daban ánimos. Al momento
después, levantándose, se dirigieron al palacio de Odiseo. Mas tampoco
Penélope anduvo largo tiempo ignorante de los planes que los pretendientes
cavilaban en sus entrañas. Porque se lo contó el heraldo Medonte, que se había
enterado de sus propósitos cuando estaba fuera en el patio, allí donde ellos
tramaban su emboscada. Y corrió a comunicárselo a Penélope, atravesando el
palacio. En cuanto se detuvo en su umbral le saludó Penélope:
«¿Heraldo, a qué te han enviado los arrogantes pretendientes? ¿Acaso a
decir a las criadas del divino Odiseo que abandonen sus tareas y les preparen a
ellos el banquete? ¡Ojalá que sin más pretender y sin reunirse en otro lugar acá
celebraran su festín final y último! ¡Vosotros, que con vuestros continuos