Page 47 - La Odisea alt.
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presente para ti mismo. Pues tú eres soberano de una vasta llanura, en la que
               hay abundante loto, juncia, trigos, espeltas, y blanca cebada de amplia espiga.
               Pero en Ítaca no hay caminos anchos ni prado alguno. Es terruño de cabras y
               más apetecible para ellas que para caballos. Ninguna de las islas en pendiente
               sobre el mar es buena para correr caballos ni tiene buenos prados. Y menos
               que ninguna Ítaca».

                   Así habló. Y se sonrió Menelao, diestro en el grito de combate, le acarició

               con la mano y le dijo con afecto:

                   «Eres de sangre noble, querido hijo, que tales cosas dices. De acuerdo, yo
               cambiaré esos regalos, que bien puedo. De entre los objetos valiosos todos que
               tengo atesorados en mi casa, te daré el que es el más bello y más preciado. Te
               voy  a  regalar  una  crátera  bien  tallada.  Es  toda  de  plata  y  sus  bordes  están
               recubiertos de oro. Es un trabajo de Hefesto. Me la obsequió el héroe Fédimo
               de los sidonios, cuando me hospedó en su hogar, en mi regreso hacia acá. Ésta

               es la que quiero regalarte a ti».

                   En  tanto  que  ellos  tales  coloquios  tenían  uno  con  otro,  acudían  los
               invitados  al  palacio  del  divino  monarca.  Los  unos  traían  ovejas,  otros
               aportaban excelente vino. Sus esposas de hermosos velos les enviaban el pan.
               Así ellos se disponían al banquete en las salas del palacio.


                   Entre  tanto,  los  pretendientes  frente  al  patio  del  palacio  de  Odiseo  se
               divertían  lanzando  discos  y  jabalinas  sobre  el  liso  pavimento,  donde  desde
               tiempo atrás solían manifestar su insolencia. Antínoo estaba allí sentado y, a su
               lado,  Eurímaco  de  divino  porte,  como  jefes  de  los  pretendientes.  Eran  los
               mejores en mucho por su excelencia.

                   Llegando junto a ellos Noemón, el hijo de Fronio, interrogando con sus
               frases a Antínoo, le dijo:

                   «Antínoo, ¿acaso sabemos en nuestras previsiones algo, o no, de cuándo va

               a regresar Telémaco de la arenosa Pilos? Se fue llevándose mi barco, y ahora
               lo necesito para pasar a la extensa Elide, donde tengo doce yeguas y con ellas
               unos  laboriosos  mulos  aún  indómitos.  De  éstos  quisiera  traerme  alguno  y
               domesticarlo».

                   Así  habló.  Y  ellos  se  quedaron  pasmados  en  su  ánimo.  Porque  no  se
               imaginaban que hubiera zarpado hacia Pilos, la de Neleo, sino que estaría por

               allá en algún lugar de sus campos, con los ganados o con el porquerizo.

                   Entonces le interpeló Antínoo, el hijo de Eupites:

                   «Dime  con  franqueza,  ¿cuándo  partió  y  quiénes  con  él?  ¿Jóvenes
               escogidos  de  Ítaca  le  acompañaban?  ¿Tal  vez  sus  propios  jornaleros  y
               esclavos? Pues de uno u otro modo ha podido obrar. Y dímelo con sinceridad,
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