Page 45 - La Odisea alt.
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arrastró por el alta mar poblada de peces, en medio de su gran congoja, hasta
un confín del predio en donde antaño tenía su mansión Tiestes, y que ya
entonces habitaba el hijo de Tiestes, Egisto. De modo que desde allí parecía
que su regreso sería sin pesares. De nuevo los dioses mudaron el viento
favorable, y ellos consiguieron arribar a su patria.
»Alborozado puso, en efecto, los pies en suelo patrio, y paseaba y besaba
su tierra patria. Cálidas lágrimas fluían de sus ojos, al ver la tierra tan amada.
»Y entonces desde una atalaya le avistó un centinela, que allí había llevado
y apostado Egisto de traicionera mente, y a éste le había prometido como
salario dos talentos de oro. Vigilaba allá todo el año para que no le pasara
desapercibido al cruzar por aquel lugar y pudiera luego recobrar su coraje
guerrero. Se precipitó a dar la noticia al pastor de pueblos. Y en seguida Egisto
dispuso una trampa taimada.
»Eligiendo entre el pueblo a los veinte mejores guerreros, proyectó la
emboscada mientras que, por otro lado, ordenaba preparar un festín. Pronto
salió con caballos y carros a aclamar a Agamenón, rumiando sus infamias. Sin
que él lo advirtiera, lo atrajo a la muerte, y lo asesinó en el banquete, como
quien mata a una vaca ante el pesebre. Ninguno de los compañeros del Atrida
sobrevivió, de los que lo escoltaban. Y ninguno tampoco de los de Egisto, que
fueron aniquilados en su palacio”.
»Así habló. A mí entonces se me desgarró el corazón, y me eché a llorar
tendido sobre la arena, y mi ánimo ya no deseaba vivir por más tiempo ni ver
la luz del sol.
»Al cabo de un rato, cuando ya me sacié de llorar y de revolcarme, de
nuevo entonces me habló el verídico anciano del mar:
»“Hijo de Atreo, no persistas en llorar por más tiempo tan obstinadamente,
porque no vamos a encontrar ningún remedio. Ahora esfuérzate a toda prisa en
arribar por fin a tu tierra patria. Que a ése lo encontrarás vivo, o ya lo habrá
matado Orestes, adelantándose, y tú podrás asistir a su entierro”.
»Así habló. Mi corazón y mi noble ánimo de nuevo se caldearon, aunque
estaba muy acongojado, y, dirigiéndome a él, le dije estas aladas palabras:
»“Ya me he enterado acerca de esos dos. Ahora háblame del tercero, del
que aún con vida se halla retenido en el anchuroso ponto, o quizás ya muerto.
Quiero, aunque acongojado, saber de él”.
»Así hablé. Y él, respondiéndome en seguida, me dijo:
»“Es el hijo de Laertes, que tenía su morada en Ítaca. A éste lo vi en una
isla, derramando abundante llanto en la mansión de la ninfa Calipso, que lo
retiene a su pesar. Y él no puede regresar a su tierra patria. Porque no tiene