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priva de mi viaje, y cómo he de lograr mi regreso por la mar rica en peces”.
»Así le hablé, y él, respondiéndome al punto, me dijo:
»“Pues es que debías haber hecho cumplidos sacrificios a Zeus y a los
demás dioses antes de embarcarte, a fin de que lo más pronto posible llegaras
a tu patria navegando por el vinoso mar. Porque ahora tu destino es no ver a
tus parientes ni arribar a tu bien edificada mansión y a tu querida tierra patria,
hasta que de nuevo arribes al sagrado curso del Egipto, río nacido del cielo, y
allá hagas sacrificios con una hecatombe consagrada a los dioses inmortales
que habitan el anchuroso cielo. Y entonces te franquearán los dioses la ruta
que tú anhelas”.
»De tal modo habló, y a mí se me estremeció el corazón, ya que otra vez
me instaba a cruzar el tenebroso ponto hacia Egipto en un itinerario largo y
penoso. Pero, con todo, respondiendo a sus palabras, le dije:
»“Esto lo voy a realizar tal como tú, anciano, me aconsejas. Mas ahora,
dime, y refiéremelo con toda franqueza, si con sus naves volvieron sanos y
salvos todos los aqueos a los que Néstor y yo dejamos atrás al regresar de
Troya, o si alguno pereció en amarga muerte en su nave o ya en brazos de los
suyos, tras de haber combatido en la guerra”.
»Así hablé. Y, al momento, él contestándome dijo:
»“Atrida, ¿para qué me lo preguntas? No es oportuno que tú conozcas eso
ni que te enteres de mi saber. Te aseguro que no has de tardar en sollozar en
cuanto te informes bien de todo ello. Pues muchos de ésos cayeron, y muchos
se quedaron atrás. Pero sólo dos jefes de los aqueos de broncíneas túnicas
perecieron en el regreso. En la contienda ya tú estuviste presente. Y, por otra
parte, uno aún vivo está retenido en algún lugar en el anchuroso ponto.
»Ayante sucumbió junto con sus naves de largos remos. Al comienzo
Poseidón lo precipitó sobre las grandes rocas de Giras y lo puso a salvo del
mar. Y allá habría escapado a la muerte, aunque le era odioso a Atenea, de no
haber proferido una frase de desaforada soberbia y haber desvariado en
exceso. Se jactó de que en contra de la voluntad de los dioses escapaba del
gran abismo marino. Y le oyó Poseidón cuando de ese modo tanto se
envanecía. Al instante, blandiendo en sus robustas manos el tridente, golpeó la
roca Girea y la partió en dos. Y de los fragmentos el uno quedó allí y se
hundió en el mar el otro, en el que se encontraba Ayante en el momento de su
gran desvarío. Y lo arrastró al fondo del inmenso mar embravecido. De tal
modo murió entonces éste, pues se ahogó en el salado oleaje.
»Pero tu hermano escapó y logró evitar, entonces, a las Parcas, en sus
ligeras naves. Le puso a salvo la soberana Hera. No obstante, cuando ya iba a
doblar el escarpado promontorio de Maleas, allí le arrebató una tempestad y le