Page 43 - La Odisea alt.
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arenas. Y mucho se me alborotaba el corazón mientras caminaba.
»Preparamos la cena y llegó la divina noche, y entonces nos echamos a
dormir sobre la orilla marina.
»Apenas se mostró, surgida al alba, la Aurora de rosáceos dedos, entonces
me puse en marcha a lo largo de la costa del mar de innúmeros caminos,
suplicando intensamente a los dioses. Conmigo llevaba a tres compañeros, a
quienes consideraba de más confianza para cualquier aventura.
»En ese momento la diosa, que se había hundido en el vasto seno del mar,
emergió trayéndonos de las aguas tres pieles de foca. Todas ellas estaban
recién desolladas. Tenía planeada la emboscada contra su padre. Tras de haber
cavado unas hoyas en la arena se sentó esperándonos. Nos aproximamos a ella
y nos hizo echarnos uno al lado de otro, y nos tapó con una piel a cada uno. En
aquel momento se nos vino encima lo peor de la trampa, porque nos torturaba
ferozmente el espantosísimo hedor de las focas criadas en el mar. ¿Pues quién
podría acostarse pegado a un bicho marino?
»Mas ella misma nos resguardó y nos ofreció un excelente remedio. Nos
trajo ambrosía y nos puso a cada uno bajo la nariz un trozo de olor muy
agradable, y así borró la peste de la bestia. Toda la mañana aguardamos con
ánimo paciente.
»Las focas surgieron del mar en tropel. Y luego, una tras otra, se fueron
tumbando a lo largo de la playa. Al mediodía emergió el anciano del mar, y
encontró allí a sus robustas focas; las pasó revista y contó su número. Entre las
bestias nos contó a nosotros los primeros, y no sospechó en absoluto en su
ánimo que hubiera una trampa. A continuación se tumbó él también.
»Dando gritos nosotros nos echamos encima de él y le atrapamos con
nuestros brazos. No se olvidó el anciano de su engañoso arte, sino que en un
momento inicial se metamorfoseó en un león de buena melena, y luego en un
dragón, en una pantera, y en un enorme jabalí. Transformóse en un torrente de
agua, y en un árbol de altas ramas. Pero nosotros le reteníamos con ánimo
decidido. Así que, después de haberse fatigado, el viejo, conocedor de trucos,
comenzó a preguntarme con palabras y me dijo:
»“¿Quién, pues, de las divinidades a ti, hijo de Atreo, te ha aconsejado tal
ardid, para que me tendieras esta trampa y me apresaras en contra de mi
voluntad? ¿Qué necesitas?”.
»Así dijo. Después yo, contestándole, le hablé:
»“Ya lo sabes, anciano. ¿Por qué me lo preguntas, tanteándome? Que aquí,
en esta isla estoy detenido y se me encoge en mi interior mi corazón. Conque
dime tú, pues los dioses todo lo saben, quién de los inmortales me retiene y me