Page 41 - La Odisea alt.
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muerte, así una muerte infame les dará a ésos Odiseo.
»¡Ojalá, pues, oh Zeus, Atenea y Apolo, que tal cual era antaño, cuando en
la bien edificada Lesbos se alzó a pelear cuerpo a cuerpo con el hijo de
Filomeles, y le derribó rudamente, y se regocijaron todos los aqueos, así, con
la misma presencia se enfrentara a los pretendientes Odiseo! ¡Todos iban a
tener un pronto final y unas amargas bodas!
»De eso que has venido a preguntarme y ahora me suplicas, no puedo
hablarte con evasivas ni desvíos, y no te engañaré; pero de lo que me contó el
veraz anciano del mar, sin omitir ninguna palabra, nada te voy a ocultar ni
encubrir.
»En Egipto, ansioso ya del retorno, allá me detuvieron los dioses, ya que
no les había celebrado las debidas hecatombes, y ellos quieren siempre que
sean cumplimentados sus ritos. Hay por allí una isla en medio del
embravecido mar, ante la costa de Egipto, a la que denominan Faro, a una
distancia como la que recorre una ligera nave en un día, si un viento vibrante
le sopla favorable de popa. Allí hay un puerto de buen fondeadero, desde el
que las equilibradas naves zarpan a alta mar, tras de hacer aguada en un pozo
hondo. Allá durante veinte días me retuvieron los dioses. Y jamás se
mostraban los vientos marinos de curso favorable, que son quienes impulsan a
las naves sobre el ancho lomo marino.
»Y allí se nos habrían agotado los Víveres de a bordo y los ánimos de los
hombres de no ser porque una de las divinidades se compadeció y me salvó: la
hija del poderoso Proteo, el anciano del mar, Idotea. A ésta, pues, le conmoví
sensiblemente el corazón.
»Y ella me salió al paso cuando yo vagaba solitario lejos de mis
camaradas, quienes vagando sin rumbo acostumbraban a pescar con sus
curvos anzuelos mientras el hambre les roía el estómago. Ella se alzó en pie a
mi lado y me dijo:
»“¿Eres así en extremo necio, extranjero, o tan flojo de entendimiento, o es
que por propia voluntad te abandonas y te deleitas en sufrir dolores? Porque,
desde luego, estás apresado en la isla y eres incapaz de encontrar algún
remedio en tanto que ya flaquea el ánimo de tus compañeros”.
»De tal modo habló y yo, contestándole, la dije al momento:
»“Voy a hablarte con franqueza, quienquiera que tú seas de las diosas, pues
no me encuentro acá detenido por mi voluntad, sino que debo de ser culpable
de algo a los ojos de los inmortales que habitan el extenso cielo. Mas tú, a tu
vez, dime, ya que los dioses todo lo saben, cuál de los inmortales es quien me
detiene y me ha privado del camino y de la vuelta nevegando sobre el mar rico
en peces”.