Page 39 - La Odisea alt.
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sus enemigos. Al disfrazarse, parecía otro tipo, un mendigo, él que no era nada
semejante en las naves de los aqueos. Con esta apariencia se introdujo en la
ciudadela de los troyanos. A todos les pasó inadvertido. Y yo sola le reconocí,
tal como era, y me puse a interrogarle.
»Él intentó zafarse con astucia. Pero cuando yo le hice bañarse y ungirse
con óleo, lo revestí con vestidos y le di un solemne juramento de no revelar,
ante los troyanos a Odiseo hasta que hubiera alcanzado sus raudas naves y sus
tiendas, entonces él me reveló todo el plan de los aqueos. Y, tras de dar muerte
a muchos troyanos con el bronce de ancho filo, regresó entre los aqueos, y les
llevó abundante información. Mientras otras troyanas elevaban sus agudos
sollozos, entonces mi corazón se alegraba, puesto que ya mi ánimo sentía
deseos de regresar de nuevo a mi hogar y me arrepentía de mi locura, la que
me había inspirado Afrodita cuando me arrastró hasta allí desde mi querida
tierra patria, dejando a mi hija y mis aposentos y a mi esposo, que no es
inferior a nadie ni en inteligencia ni en gallardía».
Respondiéndole a ella le dijo el rubio Menelao:
«Sí, desde luego que en todo esto, mujer, has hablado como te
corresponde. Ya he conocido el talante y la inteligencia de muchos heroicos
guerreros y he recorrido amplio espacio de tierras. Pero nunca vi yo con mis
ojos a ningún otro con un corazón igual al del sufrido Odiseo. ¡Cómo actuó y
cómo resistió en el interior del caballo de pulida madera el bravo guerrero,
cuando estábamos allí metidos todos los mejores de los argivos, llevando a los
troyanos la matanza y la destrucción!
»Tú misma te acercaste allí entonces. Debió de incitarte una divinidad que
quería dar gloria a los troyanos. Y en tu avance te escoltaba el deiforme
Deífobo. Por tres veces rodeaste, tanteándola, la hueca emboscada, mientras
llamabas por sus nombres a los mejores de los dánaos, simulando la voz de las
esposas de cada uno de los argivos. En aquel momento yo, y el Tideida y el
divino Odiseo agazapados en el centro, te oímos cómo gritabas. Y nosotros
dos sentimos vivos deseos, excitados, de salir o de responder en seguida desde
dentro. Pero Odiseo nos contuvo y nos lo impidió a pesar de nuestras ansias.
»Allí todos lo demás hijos de los aqueos estaban en silencio, y sólo Anticlo
se disponía a contestar a tus voces. Pero Odiseo le tapaba la boca con sus
manos sin miramientos, y logró salvar a todos los aqueos, y lo contuvo hasta
que a ti te apartó de allá Palas Atenea».
Le replicó entonces el juicioso Telémaco:
«Atrida Menelao, de divina alcurnia, caudillo de tropas, eso es todavía más
triste. Que en nada le resguardaron tales hechos de la cruel perdición, ni
tampoco el que en su interior albergase un férreo corazón.