Page 38 - La Odisea alt.
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Respondiéndole dijo el rubio Menelao:
«¡Ah amigo, desde luego que has dicho cuantas cosas podría decir y
proponer un hombre inteligente, incluso de mayor edad! En verdad eres hijo
de tal padre, al hablar con tanta cordura.
»Pronto se hace famosa la progenie de un hombre a quien el hijo de Crono
le otorga semejante ventura de casarse y tener hijos, como en este caso se la
concedió a Néstor que puede envejecer por siempre plácidamente en su
palacio, y que sean sus hijos sagaces y excelentes con las armas.
»Vamos nosotros, pues, a dejar el llanto que antes nos invadió, y de nuevo
nos dedicaremos a la cena. Que nos traigan agua para las manos. Y al
amanecer serán los coloquios que Telémaco y yo mantendremos uno con
otro».
Así dijo. Al momento les escanciaba el agua para las manos Asfalión, el
presto servidor del glorioso Menelao. Y ellos sobre los alimentos preparados
delante echaron sus manos.
Pero entonces otra cosa decidió Helena, nacida de Zeus. Al punto vertió en
el vino que bebían una droga que borraba la pena y la amargura y suscitaba
olvido de todos los pesares. Quien la tomara, una vez que se había mezclado
en la crátera, no derramaba, al menos en un día, llanto por sus mejillas, ni
aunque se le murieran su madre y su padre, ni si ante él cayeran destrozados
por el bronce su hermano o un hijo querido y lo viera con sus ojos.
Tales ingeniosos remedios poseía la hija de Zeus, que le había procurado
Polidamna, la esposa de Ton, la egipcia, que allí la fértil tierra produce esas
drogas, muchas que resultan benéficas en la mezcla, y muchas perniciosas.
Cualquier persona entendida en todas ellas se hace un buen médico. Pues,
desde luego, son de la estirpe de Peán.
Después, en cuanto la hubo vertido y ordenó que escanciaran el vino, tomó
de nuevo la palabra y dijo:
«Atrida Menelao, de divina alcurnia, y vosotros, hijos de nobles guerreros,
sabéis que Zeus da unas veces lo bueno y lo malo a unos y a otros. Porque
todo lo puede.
»Así que ahora comed sentados en esta sala y gozad de la charla. Voy a
contaros, pues, un suceso oportuno. No os relataré ni enumeraré cuántas
proezas están en el haber del sufrido Odiseo, sino sólo algo que él acometió y
soportó como bravo guerrero en el país de los troyanos, donde sufristeis
penalidades los aqueos.
»Lacerándose a sí mismo con infamantes heridas, echándose sobre los
hombros unos feos andrajos, semejante a un esclavo, se deslizó en la ciudad de