Page 34 - La Odisea alt.
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Menelao, y corrió a través del palacio a comunicar la noticia al pastor de
pueblos. Acercándosele le dijo estas aladas palabras:
«Menelao de divina estirpe, ahí están unos forasteros, dos hombres, y
parecen ser del linaje del poderoso Zeus. Dinos pues si vamos a desuncir sus
veloces corceles, o si los despachamos para que vayan a casa de otro que sea
su amigo».
Enfadándose mucho le respondió el rubio Menelao:
«No eras tan torpe, Eteoneo Boetoida, en el pasado. Pero ahora balbuceas
bobadas como de niño. Cuántas veces hemos comido nosotros en la
hospitalaria mesa de otras gentes de camino hacia aquí. ¡Que Zeus nos evite
tal necesidad en el futuro! Ve y desunce los caballos de los forasteros e
introdúcelos ante todos, para que disfruten del festín».
Así habló. El otro apresuróse en cruzar la sala, y llamó a otros diligentes
criados para que fueran con él. Desataron éstos a los caballos sudorosos bajo
el yugo y los dejaron atados ante los pesebres de las caballerizas, y les echaron
espelta y con ella mezclaron blanca cebada. Apoyaron el carro sobre los
relucientes muros, y a ellos los introdujeron en la divina mansión. Se
admiraban contemplando el palacio del rey de alcurnia divina, pues había
como un fulgor de sol o de luna en el interior de la casa de alto techo del
famoso Menelao.
Y cuando se saciaron de lo que veían ante sus ojos, fueron hacia las pulidas
bañeras para darse un baño. Y luego, una vez que los sirvientes los hubieron
bañado y los ungieron con aceites, los envolvieron en túnicas y mantos de
lana, y fueron a sentarse en unos sillones al lado del Atrida Menelao.
Una, sirvienta les escanció el agua que traía en un aguamanil de oro sobre
una bandeja de plata, para que se lavaran. Y junto a ellos dispuso una pulida
mesa. La venerable despensera trajo alimentos y los colocó sobre ella, dejando
muchos trozos escogidos en especial favor a los allí presentes. El trinchante
les dejó a su alcance, escogiéndoselos, platos con carne de todas clases y les
ofreció además unas copas de oro.
Haciéndoles una indicación a ambos les dijo el rubio Menelao:
«Tomad vuestra comida y regocijaos. Luego, cuando os hayáis saciado de
la cena, os preguntaremos quiénes sois entre los hombres. Porque no se ha
oscurecido en vosotros la estirpe de vuestros padres, sino que sois del linaje de
los reyes de divina alcurnia, de los portadores de cetro, porque tal como sois
no pudieron haberos engendrado unos villanos».
Así habló y les ofreció el pingüe lomo de un buey, alzando en sus manos el
asado que a él mismo le habían servido como una muestra de honor. Y ellos