Page 35 - La Odisea alt.
P. 35

lanzaron sus manos sobre las viandas que tenían dispuestas delante.

                   Luego, una vez que hubieron saciado su apetito de bebida y comida, ya le
               comentaba Telémaco al hijo de Néstor, arrimando su cabeza para que no le
               oyeran los demás:

                   «Observa, Nestórida, grato a mi corazón, el resplandor del bronce, del oro,
               del ámbar, y de la plata y el marfil, en estos vastos salones. ¡Sin duda que así

               es por dentro la morada de Zeus!

                   »¡Cuántos incontables y amplios tesoros! El asombro me deja atónito al
               contemplarlos».

                   Captó  lo  que  él  decía  el  rubio  Menelao,  y  dirigiéndose  a  ellos  les  dijo
               palabras aladas:

                   «Hijos míos, la verdad es que con Zeus no puede rivalizar ninguno de los
               mortales. Que su palacio y sus riquezas son también imperecederas. De los

               hombres hay quien rivalice y quien no conmigo en riquezas. Lo cierto es que
               me las traje tras mucho sufrir y mucho andar errante en mis naves, y al octavo
               año  regresé,  costeando  sin  rumbo  Chipre,  Fenicia  y  Egipto.  Visité  a  los
               etíopes,  los  sidonios,  los  erembos,  y  Libia,  donde  los  corderos  al  momento
               echan cuernos y paren las ovejas tres veces en el curso del año. Allí ni el amo
               ni el pastor están nunca faltos de queso ni carne ni de dulce leche, sino que
               siempre se la dan con sólo ordeñarlas durante todo el año.


                   »Pero  mientras  yo  por  aquellos  confines  erraba,  recogiendo  copiosa
               fortuna, entre tanto, otro asesinó a traición a mi hermano de improviso, por el
               engaño  de  su  maldita  esposa.  Por  eso  sin  alegría  soy  soberano  de  estas
               posesiones.

                   «Sin duda que habréis escuchado esto a vuestros padres, quienesquiera que
               sean,  porque  sufrí  muy  numerosos  pesares  y  perdí  un  palacio,  muy  bien

               habitado, que contenía muchas y espléndidas riquezas.

                   »¡Ojalá habitara en mi casa sólo con un tercio de estos bienes, y estuvieran
               sanos  y  salvos  mis  hombres,  aquellos  que  antaño  perecieron  en  la  amplia
               Troya, lejos de Argos criadora de caballos!

                   »Pero  si  bien  por  todos  me  lamento  y  me  acongojo  muy  a  menudo,
               albergado  en  mi  palacio,  y  unas  veces  me  desahogo  con  llanto  y  otras  lo
               contengo —porque es rápido el hartazgo del áspero sollozar—, no me apeno
               tanto por todos ellos, aunque esté muy dolido, como por uno solo, y eso me

               hace  aborrecer  el  sueño  y  la  comida,  en  cuanto  le  echo  en  falta,  porque
               ninguno de los aqueos tanto se esforzó cuanto se fatigó y empeñó Odiseo. Por
               eso  iba  él  a  afrontar  sus  dolores,  y  yo  una  angustia  inolvidable  por  él  para
               siempre, ya que así por tan largo tiempo se mantiene ausente, y nada sabemos
   30   31   32   33   34   35   36   37   38   39   40