Page 33 - La Odisea alt.
P. 33
espléndido carro. A su lado, Pisístrato, el hijo de Néstor, el capitán de
guerreros, montó y tomó en sus puños las riendas.
Restalló el látigo para arrear y los dos caballos con propios bríos se
precipitaron hacia el llano y dejaron atrás la ciudadela de Pilos elevada.
Durante todo el día agitaron el yugo que sostenían por ambos lados. Se
hundía el sol y se ensombrecían todas las sendas, cuando llegaron a Feras, a la
mansión de Diocles, hijo de Ortíloco, al que engendró como hijo suyo el
Alfeo. Allí pasaron la noche y les ofreció él presentes de hospitalidad.
Apenas se mostró, surgida al alba, la Aurora de rosáceos dedos, uncieron
los caballos y subieron al carro de vivos colores; lo sacaron más allá del atrio
y del pórtico rumoroso.
Restalló el látigo para arrear y los dos caballos con bríos propios salieron
volando. Alcanzaron una llanura de trigales y por allá pronto cumplían su
camino. ¡Tan bien los transportaban los veloces caballos!
Se hundía el sol y se ensombrecían todas las sendas.
CANTO IV
Llegaron ellos a los valles de la fragosa Lacedemonia. Y allá se
encaminaron al palacio del glorioso Menelao. Le encontraron celebrando con
sus muchos parientes un festín por el doble matrimonio de su hijo y de su
irreprochable hija. A ésta la enviaba para el hijo de Aquiles, quebrantador de
las filas enemigas, porque ya en Troya antaño había prometido y afirmado que
se la entregaría y los dioses favorecían el cumplimiento de la boda. Así que él
la remitía con cinco carros y caballos para que hiciera el viaje hasta la muy
famosa ciudad de los mirmídones, donde aquél era soberano.
Y en Esparta había elegido a la hija de Aléctor para su hijo, el vigoroso
Megapentes, que había tenido tardío de una esclava. A Helena los dioses no le
concedieron más descendencia después de que en un primer parto diera a luz a
su encantadora hija, a Hermíone, que tenía la belleza de la áurea Afrodita.
Conque allá celebraban el banquete los vecinos y familiares del glorioso
Agamenón, gozando del banquete en la gran mansión de alto techo. Para ellos
cantaba y tocaba la lira un divino aedo, y dos volatineros, a los sones que
marcaba la melodía, pirueteaban en medio de la concurrencia.
Ellos dos, por su parte, detuvieron sus caballos en el atrio del palacio y se
quedaron allí, el héroe Telémaco y el ilustre hijo de Néstor. Saliendo a su
encuentro los vio el noble Eteoneo, un diligente servidor del glorioso