Page 30 - La Odisea alt.
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Tras de haber libado y bebido todo cuanto su ánimo apetecía, al punto
Atenea y Telémaco se aprestaron para regresar a su cóncava nave. Pero otra
vez los retenía Néstor atrapándolos con sus palabras:
«¡Que Zeus y los otros dioses me libren de tal cosa!; de que vosotros os
vayáis de mi lado hacia vuestra nave rauda, como de la casa de un hombre sin
ropas y en la miseria, uno que no tiene en casa abundancia de mantas y
colchas, y no pueden dormir en blando ni él ni sus huéspedes. Al contrario, yo
tengo en mi casa mantas y espléndidas colchas. No va, desde luego, a
acostarse el querido hijo de un amigo, de Odiseo, sobre las tablas de su barco,
mientras yo viva y queden en mi palacio mis hijos, para honrar a nuestros
huéspedes, a quienquiera que se presente en mi palacio».
Le contestó luego la diosa Atenea de ojos glaucos:
«Bien lo has dicho, querido anciano. Y bien será que Telémaco te
obedezca, porque eso es mucho mejor. Así que él se irá contigo ahora, a
dormir en las salas de tu casa. Yo partiré hacia la negra nave, para dar ánimos
a nuestros compañeros y referírselo todo. Es que me precio de ser el único de
edad avanzada entre ellos. Los demás, hombres más jóvenes, nos acompañan
por amistad, y son todos de la misma edad que el magnánimo Telémaco.
»Allí puedo descansar en nuestra cóncava nave negra ahora. Y de
madrugada saldré hacia los magnánimos caucones donde se me debe una
cantidad, no reciente ni pequeña. Tú a éste, después de que haya reposado en
tu casa, envíalo con un carro y en compañía de tu hijo. Procúrale unos
caballos, los que sean más rápidos en la carrera y los más fuertes en
resistencia».
Tras haber hablado así, desapareció Atenea de ojos glaucos, tomando la
apariencia de un águila. El pasmo se apoderó de cuantos lo presenciaron.
Quedóse asombrado el anciano de lo que había visto con sus ojos. Tomó la
mano de Telémaco, le dirigió sus palabras y lo llamaba por su nombre:
«¡Oh amigo, tengo confianza en que no serás ni ruin ni cobarde, cuando así
tan joven los dioses te acompañan como guías! Pues no era ningún otro de los
que tienen mansiones olímpicas, sino la misma hija de Zeus, la muy ilustre
Tritogenia, que ya entre los argivos daba honor a tu noble padre. Conque senos
propicia, Señora, y dame noble fama para mí y mis hijos y mi honrada esposa.
Yo, por mi lado, te sacrificaré una vaquilla de un año de ancha testuz,
indómita, que aún no haya sometido al yugo un hombre. Te la ofreceré tras de
envolverle los cuernos en oro».
Así habló en su plegaria y le escuchó Palas Atenea. El caballero de
Gerenia, Néstor, conducía a sus hijos y yernos hasta su palacio espléndido. En
cuanto llegaron a la muy ilustre mansión del soberano, se sentaron uno tras