Page 31 - La Odisea alt.
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otro  en  sillas  y  sillones.  En  honor  de  los  visitantes  el  anciano  mezcló  una
               crátera de vino de dulce sabor, en su undécimo año, que abrió la despensera y
               le quitó el precinto. Con aquél hizo el anciano la mezcla en la vasija y con
               fervor rogó a Atenea, haciendo las libaciones en honor de la hija de Zeus, el
               portador de la égida.

                   Luego, una vez que hubieron libado y bebido cuanto su ánimo apetecía,
               salieron  los  otros  para  irse  a  descansar  cada  uno  en  su  casa,  y  el  jinete  de

               Gerenia hizo acostarse allí a Telémaco, el querido hijo del divino Odiseo, en
               un  lecho  bien  torneado  junto  al  rumoroso  pórtico,  junto  a  Pisístrato,  buen
               lancero, capitán de guerreros, aquel de sus hijos que se mantenía soltero en el
               hogar.

                   Él, por su lado, dormía en el interior de la elevada mansión y su señora
               esposa le había dispuesto el lecho y hecho la cama.


                   Apenas se mostró, surgida al alba, la Aurora de rosáceos dedos, se levantó
               de la cama el caballero de Gerenia, Néstor, y salió y se sentó en los bancos de
               piedra  pulida,  blancos,  brillantes  de  óleo,  que  estaban  delante  de  las  altas
               puertas. En ellos acostumbraba a sentarse Neleo, consejero comparable a los
               dioses. Pero éste ya había partido hacia el Hades, vencido por la Parca, y en su
               lugar se sentaba entonces Néstor, el de Gerenia, baluarte de los aqueos, que
               heredara su cetro.


                   A  su  alrededor  se  reunieron  en  grupo  sus  hijos,  llegando  de  sus
               habitaciones: Equefrón, Estratio, Areto, Perseo y el divino Trasimedes. En pos
               de éstos llegó luego el sexto, el héroe Pisístrato. Y a su lado le hicieron sentar
               a  Telémaco,  semejante  a  los  dioses,  al  que  condujeron  allí.  Les  comenzó  a
               hablar Néstor, el caballero de Gerenia:

                   «Con  presteza,  hijos,  cumplidme  mi  voto,  de  forma  que  antes  que  nada

               complazca entre los dioses a Atenea, quien de modo patente se presentó en el
               banquete festivo en honor del dios. Así que, vamos, que uno vaya al llano a
               por una vaca, a fin de regresar lo antes posible y que un boyero la traiga acá. Y
               que  otro,  yendo  hasta  la  nave  negra  del  magnánimo  Telémaco,  se  traiga  a
               todos sus camaradas y deje a dos tan sólo. Y otro, por otra parte, dé orden de
               que se presente acá el que derrama el oro, Laerces, para que recubra las dos
               astas  de  la  vaca.  Los  demás  aguardad  aquí  todos  reunidos,  y  mandad  a  los

               sirvientes  de  dentro  que  en  nuestro  ilustre  palacio  preparen  el  banquete  y
               saquen acá asientos, leños, y agua clara».

                   Así habló, y al punto todos se aprestaron a ello. Vino la novilla del campo,
               vinieron  de  la  equilibrada  nave  los  compañeros  del  magnánimo  Telémaco,
               vino  el  broncista  que  en  sus  brazos  llevaba  los  instrumentos  de  bronce,  los
               útiles de su oficio: el yunque, el martillo y las bien labradas tenazas, con los

               cuales trabajaba el oro. Vino también Atenea para presenciar el sacrificio.
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