Page 29 - La Odisea alt.
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Festos, y una encrespada rocalla detiene las grandes olas. Unos navíos
entonces por allí arribaron, y con esfuerzos libráronse de la muerte sus
hombres, mientras que las naves las destrozaron contra el acantilado las olas.
Con otro rumbo cinco naves de proa azul oscura hasta Egipto las llevó y
arrastraron el viento y el agua.
»Así pues, él vagó en sus naves recogiendo por allá muchos víveres y oro
entre gentes de habla extraña. Mientras tanto Egisto meditaba en su país
acciones malignas. Por siete años señoreó en Micenas rica en oro, después de
asesinar al Atrida, y al pueblo lo tenía sometido a su poder. Mas al octavo año
le alcanzó la desdicha. El divino Orestes volvió de Atenas y mató al asesino de
su padre, a Egisto de mente traidora, que había dado muerte a su progenitor.
Luego que lo hubo matado celebró un banquete funerario para los argivos, por
su abominable madre y por el cobarde Egisto.
»En el mismo día arribó Menelao, bueno en el grito de guerra, que
transportaba muchas riquezas, cuanto llevaban de cargamento sus naves.
»Así que tampoco tú, amigo, te vayas errante mucho tiempo lejos de tu
patria, dejando en tu casa tus bienes y hombres tan descomedidos. No sea que
te lo consuman todo y se repartan tus posesiones y regreses de un viaje con las
manos vacías. Así pues yo te invito y te animo a visitar a Menelao. Éste, en
efecto, ha llegado hace poco de otras tierras, de entre otras gentes, de donde no
confiaría en su ánimo poder volver cualquiera a quien las tempestades le
desviaran por una extensión marina tan enorme que ni las aves la recorren en
un solo año, porque es desmesurada y tremenda.
»Ve ahora allí con tu nave y con tus compañeros. Y si prefieres marchar
por tierra, aquí tienes carro y caballos y aquí están mis hijos, que serán tus
guías hasta la divina Lacedemonia, donde vive el rubio Menelao. Suplícale tú
personalmente, para que te cuente la verdad. No dirá nada en falso. Que es
muy sincero».
Así dijo. Se sumergía el sol y llegó la oscuridad. A ellos les dijo entonces
la diosa Atenea de ojos glaucos:
«¡Oh anciano, en verdad que has hablado con acierto! Pero, venga, cortad
las lenguas, haced la mezcla del vino, para que, una vez se hagan las
libaciones a Poseidón y a los demás inmortales, nos ocupemos del reposo. Que
ya es hora de eso. Pues la luz ya se ha adentrado en la tiniebla y no conviene
permanecer más rato sentados en el banquete de los dioses, sino volvernos».
De tal modo habló la hija de Zeus y ellos atendieron a sus consejos. Los
heraldos derramaron agua sobre sus manos, los muchachos colmaron las
cráteras de bebida y la distribuyeron entre todos sirviéndola en las copas.
Echaron las lenguas al fuego y, poniéndose en pie, hicieron las libaciones.