Page 28 - La Odisea alt.
P. 28
cuéntame tú la verdad! ¿Cómo murió el Atrida, el muy poderoso Agamenón?
¿Dónde estaba Menelao? ¿Qué muerte le dispuso Egisto, de mente traidora,
que mató a uno mucho más noble? ¿Es que no sucedió en Argos, de Acaya,
sino que en algún otro lugar se aventuró y allí cobró valor para darle muerte?».
Le respondió entonces el caballero de Gerenia, Néstor:
«Desde luego que yo voy a decirte toda la verdad. En cierto modo ya te
imaginas tú mismo cómo sucedió. ¡Ah, si hubiera encontrado a Egisto aún
vivo en el palacio, a su regreso de Troya, el rubio Menelao! En tal caso ni aun
muerto le habrían cubierto de un montón de tierra, sino que los perros y las
aves carniceras lo habrían desgarrado, tirado en medio del llano, fuera de la
ciudad, y ninguna de las aqueas hubiera llorado por él. Tremenda era la acción
que acometió.
»Pero nosotros permanecíamos allá cumpliendo muchos peligros, mientras
que él, tranquilo en su reducto de Argos criadora de caballos, maquinaba
reiteradamente para hechizar a la mujer de Agamenón con sus palabras.
»Sin embargo, al comienzo, se resistía a tan infame crimen la divina
Clitemnestra. Porque poseía nobles sentimientos. A su lado tenía además al
aedo, a quien mucho le había recomendado el Atrida al zarpar a Troya que
tuviera cuidado de su esposa. Pero cuando ya el destino de los dioses decretó
que fuera sometida, entonces Egisto se llevó al aedo a una isla desierta y allí lo
abandonó como presa y despojo de las aves de rapiña, y a ella con mutuo
consentimiento se la llevó a su casa.
»Muchos muslos quemó sobre los altares sagrados de los dioses y
numerosas ofrendas dedicó, tejidos y oro, por haber logrado su gran empeño,
lo que nunca hubiera creído su ánimo. Nosotros, entre tanto, navegábamos de
vuelta de Troya, el Atrida y yo con recíprocos sentimientos de amistad. Mas,
al pasar por Sunion, el sacro promontorio de Atenas, allá Febo Apolo dirigió
sus prodigiosas saetas al piloto de Menelao y lo mató, mientras en sus manos
sostenía el timón de la nave, a Frontis Onetórida, que aventajaba a todas las
gentes mortales en pilotar una nave siempre que soplaban las rachas del
viento. Conque aquél se detuvo, aunque ansioso de proseguir el viaje, mientras
enterraba a su compañero y se le hacían las exequias funerarias. Pero, cuando
al avanzar luego él sobre el vinoso mar con sus naves cóncavas, llegó a toda
marcha al escarpado promontorio de Maleas, ya entonces le tenía aparejado un
calamitoso camino Zeus, el de amplia voz, y levantó una ventisca de rachas
ululantes y se crecieron las olas monstruosas, como montañas. Allá dispersó a
los navíos, y a los unos los empujó hacia Creta, por donde habitan los cidones
junto a los riachuelos del Járdano. Por allí hay una roca abrupta y cortada a
pico sobre la costa, a un extremo de Gortina, sobre él brumoso mar. Allí el
Noto precipita el oleaje tremendo contra la punta izquierda, por la parte de