Page 25 - La Odisea alt.
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a los dioses, y allá mi querido hijo, tan fuerte como irreprochable, Antíloco,
siempre rápido en la carrera y excelente peleador. Y otros muchos desastres
además de éstos soportamos. ¿Quién entre los hombres mortales podría
contarlos aquellos todos? No acabarías de informarte, ni quedándote a mi lado
cinco o seis años, de cuántos pesares allí sufrieron los divinos aqueos; mucho
antes te retirarías afligido a tu tierra patria. Porque durante nueve años
urdimos desgracias contra los troyanos, agobiándolos con todo tipo de
emboscadas, y a duras penas les puso fin el hijo de Crono.
»Allí nunca ninguno trató de igualarse de frente a tu padre en astucia, pues
en gran trecho los aventajaba el divino Odiseo en trucos de todo tipo, tu padre,
si es que de veras eres de su sangre. El pasmo me domina al mirarte.
»En verdad que son parecidas vuestras frases, y no se creería que un
hombre tan joven hablara de un modo tan justo.
»Por entonces, mientras el divino Odiseo y yo allá estuvimos, jamás en la
asamblea o en el consejo tomamos opciones contrarias, sino que
unánimemente con inteligencia y sensatez aconsejamos a los aqueos para que
les fuera lo mejor posible.
»Pero, luego, después de que habíamos ya arrasado la amurallada ciudad
de Príamo y embarcamos en las naves, la divinidad comenzó a dividir a los
aqueos, y ya en su mente premeditó Zeus un luctuoso regreso para los argivos,
porque en ninguna manera fueron todos prudentes ni justos. Por eso muchos
de ellos merecieron un calamitoso final, a causa del rencor funesto de la de los
ojos glaucos, la hija del altísimo, que suscitó una disputa entre ambos Atridas.
»Convocaron uno y otro a la asamblea a todos los aqueos, de golpe, es
decir sin ningún orden, a la puesta de sol. Acudieron los aqueos, abotargados
por el vino, y los dos les proclamaron sus arengas sobre el porqué habían
reunido al ejército. Entonces Menelao exhortaba a todos los aqueos a pensar
en el regreso sobre el anchuroso lomo del mar, y eso no le pareció bien a
Agamenón.
»Pues él quería retener a la tropa y celebrar sagradas hecatombes a fin de
conjurar la cólera de Atenea. ¡Insensato! Tampoco sabía esto: que no la
persuadiría. Que no se altera en un momento el propósito de los dioses que son
para siempre. Así que ambos se pusieron en pie increpándose con duras frases.
Los aqueos de hermosas grebas se levantaron con un formidable estrépito. Una
decisión distinta satisfacía a uno y otro bando.
»La noche la pasamos agitados recelando ferozmente unos de otros en
nuestras entrañas. Desde luego Zeus nos deparaba una avalancha de
desgracias.
»Al alborear los unos arrastramos nuestras naves hacia el divino mar.