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experiencia ninguna en discursos apropiados. Y también es vergonzoso que un
hombre joven interpele a uno de más edad».
Le contestó entonces Atenea de ojos glaucos:
«Telémaco, unas cosas las pensarás por ti mismo en tu mente, y otras te las
sugerirá acaso una divinidad. Porque pienso que tú no has nacido ni te criaron
a espaldas de los dioses».
Después que hubo hablado así, Palas Atenea le condujo presurosamente.
Detrás marchaba él tras las huellas de la diosa. Y se presentaron ante la
asamblea de los hombres de Pilos en sus bancos. Allá, en efecto, estaba
sentado Néstor con sus hijos, y por ambos lados sus compañeros preparaban el
banquete, asaban las carnes y ensartaban otras.
En cuanto éstos vieron a los forasteros, acudieron todos en tropel, los
saludaban con las manos y les invitaban a sentarse. El primero que vino a su
lado fue el hijo de Néstor, Pisístrato, que tomó las manos de los dos y los hizo
sentarse en el festín sobre blandos pellejos de oveja, en las arenas de la playa,
junto a su hermano Trasimedes y su propio padre. Les ofreció luego unas
porciones de las vísceras y les escanció vino en una copa de oro. Con muestras
de respeto dirigió la palabra a Palas Atenea, hija de Zeus portador de la égida:
«Invoca ahora, forastero, al soberano Poseidón. Que es en su honor el
banquete al que asistís al venir acá. Luego, en cuanto hayas hecho la libación y
la invocación que es de ritual, pásale en seguida la copa de vino dulce como
miel a ése para que haga lo mismo, porque pienso que también él ha de elevar
su súplica a los inmortales. Porque todos los hombres se sienten dependientes
de los dioses.
»Pero es más joven, de mi misma edad. Por eso te daré primero a ti la copa
de oro».
Tras de haber hablado así, le ponía a ella en la mano la copa de dulce vino.
Se alegró Atenea con el sagaz y justo muchacho, y de que a ella primero le
diera la copa de oro.
Y al momento invocó con fervor al soberano Poseidón:
«Escúchame, Poseidón, que abrazas la tierra, y no te opongas a que se nos
realicen a nosotros, tus suplicantes, nuestros empeños. Lo primero de todo,
otórgales gloria a Néstor y a sus hijos, luego dales a los demás, a todos los
pilios, una grata recompensa por tan magnífica hecatombe. Y concede además
que Telémaco y yo volvamos tras haber logrado aquello por lo que hasta aquí
llegamos en nuestra veloz nave negra».
Así oraba entonces y ella misma le daba cumplimiento. Le entregó a
Telémaco la hermosa copa doble. Y de igual modo elevó su plegaria el querido