Page 23 - La Odisea alt.
P. 23

experiencia ninguna en discursos apropiados. Y también es vergonzoso que un
               hombre joven interpele a uno de más edad».

                   Le contestó entonces Atenea de ojos glaucos:

                   «Telémaco, unas cosas las pensarás por ti mismo en tu mente, y otras te las
               sugerirá acaso una divinidad. Porque pienso que tú no has nacido ni te criaron
               a espaldas de los dioses».

                   Después que hubo hablado así, Palas Atenea le condujo presurosamente.

               Detrás  marchaba  él  tras  las  huellas  de  la  diosa.  Y  se  presentaron  ante  la
               asamblea  de  los  hombres  de  Pilos  en  sus  bancos.  Allá,  en  efecto,  estaba
               sentado Néstor con sus hijos, y por ambos lados sus compañeros preparaban el
               banquete, asaban las carnes y ensartaban otras.

                   En  cuanto  éstos  vieron  a  los  forasteros,  acudieron  todos  en  tropel,  los
               saludaban con las manos y les invitaban a sentarse. El primero que vino a su
               lado fue el hijo de Néstor, Pisístrato, que tomó las manos de los dos y los hizo

               sentarse en el festín sobre blandos pellejos de oveja, en las arenas de la playa,
               junto  a  su  hermano  Trasimedes  y  su  propio  padre.  Les  ofreció  luego  unas
               porciones de las vísceras y les escanció vino en una copa de oro. Con muestras
               de respeto dirigió la palabra a Palas Atenea, hija de Zeus portador de la égida:

                   «Invoca  ahora,  forastero,  al  soberano  Poseidón.  Que  es  en  su  honor  el
               banquete al que asistís al venir acá. Luego, en cuanto hayas hecho la libación y

               la invocación que es de ritual, pásale en seguida la copa de vino dulce como
               miel a ése para que haga lo mismo, porque pienso que también él ha de elevar
               su súplica a los inmortales. Porque todos los hombres se sienten dependientes
               de los dioses.

                   »Pero es más joven, de mi misma edad. Por eso te daré primero a ti la copa
               de oro».


                   Tras de haber hablado así, le ponía a ella en la mano la copa de dulce vino.
               Se alegró Atenea con el sagaz y justo muchacho, y de que a ella primero le
               diera la copa de oro.

                   Y al momento invocó con fervor al soberano Poseidón:

                   «Escúchame, Poseidón, que abrazas la tierra, y no te opongas a que se nos
               realicen  a  nosotros,  tus  suplicantes,  nuestros  empeños.  Lo  primero  de  todo,
               otórgales gloria a Néstor y a sus hijos, luego dales a los demás, a todos los
               pilios, una grata recompensa por tan magnífica hecatombe. Y concede además

               que Telémaco y yo volvamos tras haber logrado aquello por lo que hasta aquí
               llegamos en nuestra veloz nave negra».

                   Así  oraba  entonces  y  ella  misma  le  daba  cumplimiento.  Le  entregó  a
               Telémaco la hermosa copa doble. Y de igual modo elevó su plegaria el querido
   18   19   20   21   22   23   24   25   26   27   28