Page 21 - La Odisea alt.
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sienta mi ausencia y oiga que he partido, a fin de que no llore y se desgarre su
hermosa piel».
De tal modo le habló, y la anciana prestó el solemne juramento, por los
dioses. Luego que juró y hubo concluido el juramento, al momento le echó
vino en los cántaros y le colmó de harina los pellejos bien cosidos. Y
Telémaco se fue a la sala a reunirse con los pretendientes.
Entre tanto otra cosa, por su cuenta, decidió la diosa Atenea de ojos
glaucos. Tomando la figura de Telémaco andaba por todas partes a lo largo de
la ciudad, y a cada hombre al que se acercaba le decía unas frases para
invitarles a que, al anochecer, se reunieran al pie de una nave rápida. Luego
ella le pidió a Noemón, el preclaro hijo de Fronio, un ligero navío. Éste se lo
ofreció con buen ánimo.
Hundióse el sol y las calles se llenaban de sombras. Entonces botó al mar
la rauda nave, y dispuso a bordo todos los aparejos que suelen llevar las naves
de buenos bancos de remos. La detuvo al extremo del puerto, y a su alrededor
se congregaban todos en grupo. Y la diosa daba ánimos a cada uno.
Y aún otra cosa, por su cuenta, dispuso la diosa Atenea de ojos glaucos. Se
puso en camino hacia la mansión del divino Odiseo. Allí derramó sobre los
pretendientes una dulce somnolencia, comenzó a echarlos apenas bebían y les
derribaba las copas de las manos. Ellos se apresuraban por la ciudad yendo a
dormir, y no atendían ninguna demora porque el sueño caía sobre sus
párpados.
Entonces a Telémaco se dirigió Atenea de ojos glaucos, llamándole afuera
de las pobladas salas, apareciendo con la figura de Méntor en el porte y la voz:
«Telémaco, ya te esperan tus compañeros de hermosas grebas sentados
junto a los remos, aguardando la orden de marcha. Así que vayamos y no
demoremos más el viaje».
Tras de haber hablado así, le guio presurosamente Palas Atenea. Marchaba
él en pos de las huellas de la diosa. Cuando luego llegaron ante la nave y el
mar, hallaron allí en la orilla a sus compañeros de larga cabellera. A éstos les
habló la sagrada fuerza de Telémaco:
«Pronto, amigos, traigamos las provisiones. Ya están todas reunidas, en
efecto, en mi casa. Mi madre nada sabe de esto, ni las otras esclavas, a
excepción de una que atendió a mi encargo».
Después de hablar así, los condujo y ellos marcharon tras él. Lo trajeron
ellos todo y lo colocaron en la nave de buenos bancos de remeros, como se lo
había ordenado el querido hijo de Odiseo.
Subió Telémaco al navío, y le precedía Atenea, que se fue a sentar en la